El cardenal Giuseppe Siri (1906-1989), arzobispo de Génova durante más de cuarenta años, fue una de las personalidades eclesiásticas más importantes de su tiempo, papable en los cuatro cónclaves en los que participó (1958, 1963 y los dos de 1978) y autor de algunas obras teológicas de gran relevancia e influencia, como Getsemaní. Reflexiones sobre el movimiento teológico contemporáneo.
El mensual italiano de apologética Il Timone dedica un dossier especialen su número de diciembre a recordar y resaltar su figura histórica. Uno de los artículos, de Emiliano Fumanori, se centra en la Comunidad de San Martín, una realidad eclesial que él apoyó a fondo y que es hoy el vivero sacerdotal y vocacional de mayor crecimiento en Francia.
Así van sus hijos a la conquista de Francia
Hay aire de novedades en el Mont-Saint-Michel, el santuario de San Miguel Arcángel que se recorta sobre un monte solitario y rocoso rodeado por el mar en Normandía. Parece que la tierra y el cielo se abracen místicamente en este centro espiritual lleno de sugestiones y simbolismos. Y altamente simbólico es el inminente cambio de guardia en Mont-Saint-Michel. De hecho, el viejo rector del santuario, que se formó en la escuela del catolicismo social de moda en los años 70, está a punto de irse para ceder el puesto a un sacerdote de la Comunidad de San Martín de Tours, crecida al amparo del cardenal Siri.
Nacida en 1976, la Comunidad San Martín es una asociación de sacerdotes y diáconos seculares que viven su apostolado en comunidad. Depende directamente de la Santa Sede, profesa una irreductible lealtad al pontífice y se propone, como se puede leer en su estatuto, "construir un cuerpo móvil [de sacerdotes] preparados para el ministerio diocesano". Una formulación que tiene reminiscencia marciales -según la imagen de San Martín, legionario romano-, que representa la vocación original: formar sacerdotes dispuestos a ponerse al servicio de las diócesis, obedientes al obispo y que ejerzan cargos pastorales (en grupos de al menos tres) en las iglesias locales.
Los números
Hablamos de una realidad fecunda y en claro aumento, lo contrario respecto a un contexto en marcha desde hace tiempo como es la dramática crisis de vocaciones (en medio siglo el número de entradas en los seminarios franceses ha disminuido diez veces). Los números hablan por sí solos. Hoy, la comunidad -que ya ha dado cuatro obispos a Francia- tiene 172 sacerdotes y diáconos, presentes en 30 diócesis en Francia y en el extranjero (Cuba, Alemania). Su seminario, en Évron, en el noroeste del país, es el más grande del Hexágono. En este momento acoge y forma a un centenar de jóvenes. Y según las cifras que circulan en la Conferencia Episcopal francesa, en los próximos treinta años la comunidad podría llegar a proporcionar a Francia entre el 20 y el 40% del clero.
Vídeo conmemorativo del cuadragésimo aniversario de la Comunidad de San Martín.
El modelo que se sigue en Évron es simple y clásico al mismo tiempo. En primer lugar, una formación sólida que prevé un ciclo de estudios de aproximadamente ocho años: tres de filosofía, tres de teología, uno de experiencia pastoral de campo, después la ordenación diaconal y al año siguiente la sacerdotal. Es fundamental también la intensa vida comunitaria, así como la vida litúrgica, rigurosa y cuidada con todo detalle, donde hay espacio para el canto gregoriano y el amor por el latín. También se usa la sotana, bandera irrenunciable de la comunidad. Por último, la sobria vida cotidiana une el estilo directo a un sólido sentido del humor. Además, es bien sabido que muchos sacerdotes de la comunidad han participado en la Manif pour Tous.
París, 1967
La Comunidad de San Martín nace de la experiencia de una docena de jóvenes que, seducidos por el espíritu de la liturgia, empiezan en 1967 a reunirse en París en la basílica del Sagrado Corazón de Montmartre, durante una hora al mes para la adoración silenciosa, convertida más tarde en misa semanal cada miércoles. Pronto aumenta el número de participantes, que llega a 300, para alcanzar el doble en los días de las fiestas mayores.
En esos años de agitación y dispersión eclesial, esos jóvenes se reunían alrededor de la figura carismática del padre Jean-François Guérin, que aún no tenía cuarenta años (nació en 1929), de la diócesis de Tours, donde había sido ordenado sacerdote en 1955. Anteriormente vicario de la catedral, se formó primero en Roma, en el seminario francés, y después en París, donde se licencia en derecho canónico. Es en la capital francesa, en pleno mayo del 68, donde se convierte en el punto de referencia de un grupo informal de jóvenes estudiantes que sienten en su corazón la llamada a la vocación sacerdotal.
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— . Sun Jun 14 18:16:32 +0000 2020
Fuertemente influenciado por la espiritualidad benedictina -es oblato de la abadía de Notre Dame de Fontgombault, una de las gemas de la congregación de Solesmes-, Guérin no es un gran intelectual, ni un agudo teólogo. En compensación, posee el carisma natural de la autoridad: gran organizador, sacerdote de rectitud ejemplar, amante de la liturgia y su belleza, también es un magnífico educador, apreciado sobre todo como director espiritual (por su paciencia, una paradoja para quien, como él, tiene un temperamento fogoso).
Sin embargo, al grupo le cuesta superar la fase del espontaneísmo, hasta que no llega, de manera providencial, el encuentro con el cardenal Siri. La providencia pasa por el padre Jean Roy, abad de los benedictinos de Fontgombault, que en los primeros meses de 1967 le habla a Siri de esta comunidad de estudiantes franceses que aspiran a la vida sacerdotal pero que -estamos en plena época de confusión doctrinal y litúrgica del primer posconcilio- les cuesta encontrar salidas en las estructuras eclesiales existentes.
El encuentro
Sucede algo inusual: el cardenal le pide al padre Guérin que vaya a verle a Génova. El encuentro tiene lugar en mayo de ese mismo año. Se entienden al instante. Siri puede entrever la semilla buena del Evangelio en el embrión de comunidad que se está formando alrededor de ese rudo sacerdote, con una predicación enardecida. Por su parte, el padre Guérin se queda asombrado de la humanidad sabia y benévola del cardenal, además de su lúcida crítica de la modernidad y la crisis eclesial. Sin embargo, lo que los une, además de una natural afinidad electiva, es el genuino sensu Ecclesiae. Poseídos ambos por el mismo amor hacia Cristo y la Iglesia, se "reconocen" inmediatamente a pesar de la diferencia de edad (Siri tiene 70 años, Guérin, 37), cultura y responsabilidad.
El cardenal Giuseppe Siri (1906-1989) y el sacerdote Jean-François Guérin (1929-2005).
Nace una estima recíproca que se convierte en una propuesta concreta. Siri manifiesta la intención de acoger a la joven comunidad, proponiendo el seminario archidiocesano para los estudios y un alojamiento para los estudiantes (cuyos costes asumirá él personalmente). Así, en octubre de 1967, el padre Guérin y sus primeros seminaristas se mudan a Génova, donde son acogidos en el convento capuchino de Voltri. Tres años después llega el momento del reconocimiento canónico. Para mantener la inspiración original (una comunidad de vida entre sacerdotes seculares), Siri piensa en el estatuto jurídico de "pía unión de derecho diocesano". La elección cae sobre la categoría más dúctil y genérica, a fin de enmarcar de manera bastante abierta el nuevo carisma.
Bajo la paternal vigilancia del cardenal se crea un clima de intimidad que el arzobispo de Génova sella con delicados gestos de amistad. Entre ellos, el nombramiento del padre Guérin como canónigo de la basílica de la Inmaculada Concepción -la iglesia más vinculada a la persona de Siri- y de la catedral de San Lorenzo.
Siri demuestra ser un padre discreto pero presente. Retratado erróneamente como un conservador severo y autoritario, el gran cardenal sabe, por el contrario, ejercer la autoridad en su sentido más auténtico: la capacidad de crecer con los tiempos justos, sin forzar ni mortificar el camino hacia la plena madurez de esa comunidad sacerdotal in statu nascenti. En principio hierático, con esos jóvenes franceses Siri revela su afabilidad y magnanimidad. De este modo orienta y, al mismo tiempo, respeta su identidad, y les enseña a no juzgar los pecados (es tarea de Dios hacerlo) y a ser muy francos juzgando los errores.
Hasta su muerte, acaecida en 1989, Siri fue amigo y protector del padre Guérin y sus jóvenes. Después de conservar su semilla, gracias a él la Comunidad de San Martín pudo adquirir esa madurez que le permitió, en 1993, volver a arraigarse en Francia (donde el fundador murió en 2005).
Parecen proféticas las palabras con las que, desde el principio, el cardenal quiso mostrar a los estudiantes de la comunidad el motivo de su generosidad: "Os quiero ayudar, lo hago por Francia". Hoy, a la luz de los frutos de su acción pastoral, no podemos más que admirar su prodigiosa clarividencia.
Traducción de Elena Faccia Serrano.