Tren procedente de Córdoba acaba de efectuar su entrada en Atocha. Antorcha de sentido común con boina contra el frío cruza los carriles con parsimonia. Un café intenso en la única esquina libre en los bajos del Only You para hablar de todo, menos de sí mismo. Esto es un poco la caverna desde donde iluminamos en voz alta algunas sombras.
José Carlos Ruiz es un profesor universitario de Córdoba que divulga filosofía de la vida cotidiana con don de lenguas contemporáneas. Y un pedagogo de la vida lograda libre de humos, con lo difícil que es conducir bien por las avenidas de nuestras propias biografías. Pensador. Escritor. Docente. Divulgador. Padre. Todo en su orden, críticamente por separado, pero humanamente compacto.
En 2017 publicó De Platón a Batman. Manual para educar con sabiduría y valores. En 2018 sacó El arte de pensar. Cómo los grandes filósofos pueden estimular nuestro pensamiento crítico. Y entonces se hizo un nombre en el mundo sin que su cátedra sonara desde Madrid o Barcelona. Por ejemplo, después de aquellas páginas y una entrevista, Carles Francino le fichó para las tardes de los viernes de La Ventana. Veinte minutos de aire fresco y filosofía en vaqueros en torno a Más Platón y menos WhatsApp.
Acaba de llegar a las librerías su Filosofía ante el desánimo. Pensamiento crítico para construir una personalidad sólida. En medio de las sociedades líquidas y las voluntades gaseosas, un trayecto con raíces, esencias, materia prima y forma sustancial.
De fondo, una barra de bar. De frente, la luz, los coches de Madrid, la vida sobre ruedas a mucha velocidad. Gente que va y que viene en estos primeros días de otoño real, de frío, de hojas secas que se precipitan sobre las aceras como metáforas de las vidas sin clorofila. Entre esa gente que va y viene, confundidos en la masa, peripateamos entre cafés sin azúcar. Aquí, un filósofo con la edad de la Transición tratando de arreglar el mundo desde dentro del mundo.
Es usted un revolucionario animando a pensar ahora que todo apunta a la inteligencia artificial.
Más que un revolucionario, soy un profundo creyente. Casi todas las civilizaciones y culturas han endiosado la capacidad de los genios, que superaban las barreras humanas con su pensamiento y su imaginación. Ahora que parece que eso lo hará la inteligencia artificial, reivindico el análisis crítico, porque creo en los seres humanos por encima de las proyecciones tecnológicas, aunque sean un constructo humano.
A pesar de las equivocaciones, los errores y las decepciones, cree más en los seres humanos imperfectos que en las máquinas perfectas.
Una máquina es una máquina. Por mucho que el Test de Turing nos deje con la boca abierta al certificar un progreso tecnológico evidente, las máquinas nunca entenderán ni comprenderán a las personas que nos rodean y siempre estarán a años luz de cualquier proceso identitario humano.
Un profeta del pensamiento crítico – “el pensamiento crítico es la suma de las circunstancias propias y ajenas, y del contexto”- en medio de una sociedad que ha convertido la crítica en un estado de ánimo sin afán constructivo.
Cuando Descartes inauguró su duda metódica tenía muy claro que no era una duda escéptica, sino crítica. Su método separaba los problemas, los investigaba individualmente, y después los contemplaba en conjunto para ver si el edificio se sostenía. Yo reclamo poner en valor el pensamiento crítico en un momento en el que pensar con distancia no está de moda, entre otras cosas porque la turbotemporalidad que nos invade impide que las reflexiones sedimenten formando poso. El pensamiento crítico implica resituar en el contexto y las circunstancias lo que nos hace humanos: pensar, que es la suma de razón más emoción. Efectivamente, yo también pienso que en la opinión pública hemos interiorizado la crítica como un elemento de destrucción, pero mi apuesta va en la dirección contraria: analizar, para construir.
¿Ha escrito Filosofía ante el desánimo como una vacuna a este vacío que ya estaba antes de la pandemia?
Este libro no es un instrumento de autoayuda que salva, sino una diagnosis. Desde antes de la pandemia percibía un creciente desánimo en diferentes parcelas vitales entre mi círculo más próximo. Constataba desánimo en torno a los proyectos laborales, en las relaciones personales, en la educación de los hijos, en la vivencia del amor… Me di cuenta de que se estaba filtrando delicadamente por los poros de la interinidad de los sujetos, adultos y jóvenes. Veía en la Universidad que muchos alumnos recién llegados empezaban la carrera desanimados con el futuro. Entonces me planteé que podía servir poner una lupa en cada una de esas realidades y ofrecer una perspectiva filosófica para profundizar. El libro no es un recetario, ni pretendo con él que el lector resuelva sus problemas vitales. Simplemente es un análisis sobre las fuentes del desánimo en el siglo XXI, al menos para ser conscientes.
Ofrece el bastón de la filosofía para evitar, dice, que seamos imbéciles…
En su origen etimológico, “imbécil” significa “el que no tiene bastón”. La cuestión es que la palabra ha ido asentándose en el imaginario popular con una doble acepción: por una parte, es imbécil quien, de manera autónoma, considera que no necesita ningún bastón, o que un bastón es un estorbo para la vida. El que se cree todopoderoso o con la sabiduría plena para avanzar en su proceso identitario sin la ayuda de otros. Es un imbécil, porque esa visión empoderada de sí mismo le convierte en ciego. Y otro tipo de imbécil es quien entiende que necesita apoyarse en un bastón, porque sabe que la experiencia vital personal no es suficiente en su proyecto de vida, pero nadie se lo ofrece.
Escribe letras estables con afán de fondo en un universo de firme volatilidad.
La estabilidad es un concepto delicado en el siglo XXI. Más que algo estable, procuro sugerir puntos de apoyo serenos. Cuando escribo, intento enraizar los contenidos que proyecto en el mundo real, ejemplificando mucho. Trato de exponer situaciones cotidianas para que las personas que lean se reconozcan y se interpelen. Es mi manera de hacer ver que la filosofía y el pensamiento crítico no se quedan anclados en un ideal, sino que bajan a nuestro día a día. La sociedad es volátil y efímera, pero hay un punto todavía de quietud que disfrutan las personas que no se mueven en las redes y que hay que reivindicar, incluso desde las redes. En el libro apuesto por volver a las raíces recuperando los rituales.
Entre esas raíces básicas se encuentra la familia. La experiencia personal universal es que la familia es crucial en nuestro desarrollo personal, pero en la opinión pública se ha instalado un tufo carca en torno a esa realidad, elemental en todas las sociedades.
Porque supongo que ha habido intereses políticos para deslegitimar la palabra e intereses religiosos para apropiársela. Cuando politizas o capitalizas un concepto que trasciende ambas dimensiones, ensucias la realidad que representa y le quitas el brillo que le corresponde. En una sociedad donde la autodeterminación parece el eje vectorial del sujeto, que, además, debe declararse a los cuatro vientos independiente, autónomo e innovador, reconocer una dependencia política, social, económica o emocional no está bien visto. En el debate público, cada vez que se habla de la familia se expone la necesidad de la conciliación personal o se relaciona con enfoques problemáticos, y esto no había pasado nunca. Resituar a la familia como eje identitario importante en un mundo en el que las identidades se construyen en el plano de lo virtual, es esencial. Nuestras señas de identidad están están circunscritas a un contexto y unas circunstancias propias y ajenas en nuestra comunidad. Cuando el tiempo de vida en comunidad se sustituye o se equipara al tiempo de atención de una comunidad virtual, la familia pierde su categoría ontológica.
Habla usted de bulimia emocional. De que nos vomitamos cansados de nosotros mismos. En un mundo impera el like, pero en el otro masticamos el dislike.
El dislike ni lo masticamos, ni lo digerimos… Es una de las peores cosas que nos pueden pasar en el siglo XXI, por eso no existe el botón en ninguna red social, salvo en YouTube. La bulimia emocional tiene mucho que ver con un proceso de hiperacción irreflexivo: consumimos experiencias a mucha velocidad y por cumplir con un protocolo social impuesto sin saborear esas vivencias, sin aprender, sin degustar la sabiduría. La sociedad nos plantea un imperativo de costumbres casi obligadas a modo de checklist: visitar tal restaurante de moda, apuntarse a las últimas clases de coaching, de yoga, de mindfulness; llevar al niño a robótica… Esa presión es de tal calibre que uno empieza a percibir que se le escapa la vida y se pierden oportunidades si no se dan los pasos impuestos, porque dejas a un lado el proyecto personal exitoso que, en teoría, debe ser la meta más importante de tu vida.
Si consumimos experiencias solo para vomitarlas rápidamente en las redes sociales, nos perdemos por el camino los posibles nutrientes de esas vivencias. La sabiduría es la implementación de las experiencias vitales para mejorar el recorrido biográfico. Si vomitamos cada vivencia para pasar corriendo a la siguiente en un proceso infinito, la bulimia emocional nos hará daño.
¿Qué anorexia hay detrás de esa bulimia?
La anorexia tiene que ver con la obsesión por la delgadez. Ahora, esa obsesión hace más referencia a la ligereza: querer ir constantemente ligeros de equipaje a todos los sitios, sin rémoras y sin bultos que compliquen el viaje vital personal. Lipovetsky publicó en 2018 De la ligereza y dice que la sociedad contemporánea ha convertido la ligereza en una categoría ontológica que se abraza con primor. Eso implica que puedes arrancar tus raíces superficiales y trasplantarte a otras personas y a otros lugares sin dolor. Hay una felicidad césped y una felicidad árbol. La anorexia emocional se relaciona con ese modelo de vida en el que avanzamos plantando un césped que crece rápido y vistoso, pero con raíces muy frágiles. Bajan los índices de natalidad, sube la venta de mascotas, se estanca la responsabilidad en el cuidado que les debemos a nuestros mayores, que se ven como una carga… Cuidar se ve como una obligación que atrapa y este siglo ha demonizado todo lo que huela a deber y a obligación.
Ligereza no significa ir a la esencia y quitar lo que sobra, sino superficialidad.
La ligereza es la capacidad de andar hacia adelante con la firme decisión de no depender de nadie ni de nada de lo que no se pueda prescindir, incluidas las cargas morales que pongan peros a nuestra autonomía.
Abjura de la enseñanza del frontispicio del Templo de Apolo en Delfos, porque ese lema impone un deber sobre mármol, pero sin ofrecernos las herramientas. ¿Conocerse a uno mismo no es el primer paso para acertarse?
Conocerse es muy difícil… El problema del “conócete a ti mismo” es que la interpretación que hemos hecho se basa en el ego, cuando originariamente el consejo era conocerse dentro de un contexto sociopolítico: saber dónde estás en la vida dentro de un plano social. Pero la autoayuda ha enterrado la dimensión social que implica el verdadero conocimiento propio, y yo abjuro de esa construcción radicalmente individualista de ese conocimiento que pivota sobre el absoluto ego, porque cree que puede prescindir de los demás para conocerse.
Porque usted es también cómo le mira su mujer.
Yo soy parte de la construcción identitaria de mi mujer, y de mis amigos, y de quienes trabajan a mi alrededor. Cuando integras la mirada del otro en tu conocimiento propio, consigues crear comunidad, y eso es lo que se nos está olvidando hacer.
Habla usted de personalidades esparcidas, aunque el postureo nos impresione con personalidades aparentemente muy auténticas.
Todo el mundo sabe lo que es el postureo, pero seguimos haciéndolo. ¿Por qué? ¿Por qué alguien cree que el postureo mediático tiene algún valor? En el libro dedico un tiempo a hablar del esparcimiento y del recogimiento, unos principios que tienen mucho que ver con el confinamiento y el posterior aumento de divorcios. Durante ese encierro obligatorio, muchas parejas se han dado cuenta de que tenían una vida esparcida donde las dinámicas relacionales se hacían de puertas de la casa hacia afuera entre miles de actividades. La hiperacción condicionaba mucho el estatus emocional de la pareja, que avanzaba con una agenda repleta de eventos con niños, sin niños, con cenas, con amigas, con viajes… Cuando se construye una pareja en torno al esparcimiento constante que convierten el cambio y la novedad en eje fundamental y te encierran, ese recogimiento, que debería ser una oportunidad maravillosa para unirse más, se convierte en una losa pesada. No nos hemos preocupado de crear rutinas de pareja donde la calma y la estabilidad refuercen la capacidad de estar cómodos.
Dice que vamos de freestyle, pero, en realidad, deambulamos uniformados, disfrazados de únicos.
Hay un estereotipo social que dicta cómo se supone que debemos ser y comportarnos para ser personas con éxito. Ser únicos se ha convertido en un valor especial en el siglo XXI. Antes, la gente se sentía feliz siendo común. Hoy, la normalidad está infravalorada. Se busca la singularización a cualquier precio. Entre lo que soy y lo que quiero ser, entre mi día a día y mi relato en las redes sociales, a veces hay tanta distancia que la realidad resulta poco atractiva. Y ya verá cuando aterrice el Metaverso…
“La normalidad está infravalorada”. El relativismo ha roto el concepto de normalidad. Hoy, hablar de normalidad puede resultar casi ofensivo… ¿Qué es normal? ¿Quién lo dice? ¿Qué relación hay entre normalidad y felicidad?
Tendremos más posibilidad de felicidad si impera una normalidad en la que la rutina sea un eje referencial, que en una vida donde se rompe constantemente la sencillez y el equilibrio. La normalidad rutinaria es un punto de apoyo maravilloso para ser feliz. La felicidad necesita construirse sobre pilares que no generen disrupciones crónicas, desequilibrios permanentes y ansiedad.
En su último libro hace filosofía del entretenimiento, ¿porque las sociedades del bienestar nos conducen al aburrimiento?
Hablo del aburrimiento agitado en el que nos ponemos en el centro del entretenimiento y, sin darnos cuenta, buscamos que el entretenimiento se adapte a cada uno de nosotros. Desde esa perspectiva, siempre estaremos a la caza de algo más que encaje con nosotros al cien por cien. El entretenimiento debe olvidar ese lado ególatra para dejarse sorprender por los descubrimientos y por la aventura que implican vivir dejando algo de espacio a la improvisación.
Vivir sin un GPS crónico.
Hoy, vivir es corroborar lo que hemos planificado antes de salir de casa. Sabemos el trayecto más eficiente, evitamos perdernos, limitando la posibilidad de aventura; conocemos la habitación del hotel antes de viajar, andamos virtualmente las calles de la zona antes de aterrizar, recorremos el museo para certificar que los cuadros que queremos ver siguen ahí, vemos el tráiler de la obra de teatro a la que asistiremos… Viajar desde el sofá deslegitima mucho la experiencia enriquecedora de salir, que comprende un factor importante de descubrimiento.
Habla del tonto colectivo, del idiota hipermoderno… ¿La filosofía es un martillo de herejes desorientados, un espejo, una vacuna, un varapalo o una patera?
Me gusta el símil del espejo, pero, ojo, en la filosofía lo importante no es el reflejo, sino la superficie que se refleja en el propio espejo, porque corremos el riesgo de enamorarnos del reflejo a lo Narciso. La filosofía ayuda a reflejar una parte del mundo, pero el reflejo no es el mundo, sino una proyección.
Lo de la patera iba porque quienes no quieren la filosofía en las aulas, posiblemente estén apostando por el naufragio de las generaciones futuras.
Totalmente. Todos los grupos políticos de este país llegaron a un acuerdo hace tres años para que, pasara lo que pasara, la Filosofía se mantuviera fuerte en las aulas con un itinerario docente de tres años, como mínimo. Por primera vez se llegó a un consenso que era un milagro. Pero no se cumple, y da igual a quienes mandan y a quienes están en la oposición. Los referentes políticos de nuestra sociedad carecen de palabra. Dejar que naufrague algo tan importante con esa frivolidad es alarmante.
¿Qué sociedad ve que se cuece cuando mira a los ojos de sus alumnos universitarios?
Soy optimista con la capacidad de los seres humanos de sobreponerse a la adversidad. La historia lo atestigua. Además, la capacidad de transformación del joven contemporáneo es mayor de la que tenía yo.Si el joven de hoy supera la fase de su construcción identitaria, estará muy consolidado. Si salen con éxito, tendremos una sociedad muy fuerte.
En su último libro habla del amor sin querer decir sexo.
Hay un amor-conexión y un amor-relación. El primero está impregnado de la ligereza sin raíces de la que hablábamos antes y está desprovisto de cualquier atisbo de compromiso, que se entiende como algo negativo que genera una pérdida de oportunidades. El amor relacional implica compromiso, una integración de la mirada de la otra persona en tu proyecto de vida y una renuncia inevitable. El amor-conexión está en auge y vende un mundo sin barreras maravilloso, y el otro está demonizado, porque la libertad se asocia exclusivamente a la capacidad de elección.
¿Cómo se aprende a querer si no te han enseñado en casa?
Amar es una capacidad innata del ser humano. Cuando tienes hijos no hace falta que nadie te explique cómo se quiere, sencillamente sabes amar en grado infinito. Muchos de nuestros padres vivieron al amparo de abuelos autoritarios y han sabido reconfigurar su manera de expresar el amor. Es importante que todos tengamos claro que amar conlleva también sufrimiento. Renunciar a eso es jugar todas las cartas a un amor exclusivamente placentero y, por lo tanto, efímero. En El banquete, Platón nos cuenta que, cuando nació Afrodita, los dioses celebraron una fiesta en el Olimpo. Poros bebió más de la cuenta y Penia, aprovechándose de la embriaguez, se acostó con él y se quedó embarazada. De la unión entre Penia, diosa de la miseria, y Poros, dios de la oportunidad, nació Eros, dios del amor. Los griegos ya nos enseñaron que el amor es un tema muy complejo y sus ascendentes son la alegría, la prudencia y el brillo, y la posibilidad de la pena y la miseria. El amor es un pack completo. Si eliminas a Penia de la ecuación, te quedarás con el brillo y la alegría, pero ya no nacerá Eros.
Habla también del dolor, porque huir del dolor es dañino, pero es nuestro error recurrente.
Intentar huir del dolor es consustancial al género humano. No podemos evitarlo. Pero del dolor no se huye, porque cuando viene, viene. Se puede prever, pero poco más. El ser humano tiene unos índices enormes de resistencia al dolor, como hemos visto durante la pandemia. Somos mucho más estoicos de lo que pensamos y así lo demostramos cuando llegan los momentos de dolor. A veces faltan herramientas para afrontarlo con acierto, y acudimos al psicólogo o al psiquiatra para que nos ayude a gestionarlo de manera más eficaz, porque nos falta experiencia para saber cómo superarlo, quizá porque han velado por nosotros para que no suframos, hasta que es inevitable.
Dice que “una extraña sensación invade los tiempos actuales: la sensación de estar incompletos”. Crecen los episodios de ansiedad y los casos de voluntad frágil. ¿Cuál es la pastilla contra esta vulnerabilidad, más allá de admitirla?
Potenciar el análisis crítico en cada uno de nosotros. Hay que saber de dónde procede esa sensación de que nunca terminamos de llenar nuestra identidad en una especie de vacío existencial constante. ¿De dónde proceden las expectativas sobre uno mismo? ¿Se basan en circunstancias reales o virtuales?
Alerta sobre una elefantiasis de la propia identidad. De reafirmaciones. De selfies. ¿Qué porcentaje de nuestra salvación humana está en los demás?
SI hablamos de los otros reales, no virtuales, diría que más del 70% de nuestra salvación humana está en los demás. La salvación es mucho más fácil si integro en mi proyecto vital a los de mi micro comunidad. No contar con los demás limita nuestro crecimiento de forma gigantesca.
¿Qué importancia le da a la trascendencia en esa construcción exitosa de nuestra identidad?
¡Mucha! La trascendencia conlleva salir del plano de lo concreto. En un mundo hiper especializado y micro cósmico, trascender nos invita a elevarnos. Si hablamos de valores y experiencias, sino trascendemos hasta la idea, nos perdemos el brillo de la profundidad más allá de lo concreto. El ser humano busca en la filosofía la necesidad de ampliar el campo de visión por medio de lo trascendente: la belleza, los valores… Las máquinas nunca podrán buscar la trascendencia.
Las redes nos han atrapado.
Las redes sociales o conectan, o atrapan. Conectar con otras personas, aunque sea de manera virtual, es positivo, porque acerca ideales y genera un diálogo. El problema es depender de esas conexiones, porque entonces las redes se convierten en las del pescador. El ser humano está hecho para realizar una ocupación del espacio en vivo y en directo. Si yo sustituyo esa ocupación del espacio real por un espacio virtual donde se simulan las vivencias, estamos fuera de nuestro entorno. Pero sufrimos una especie de síndrome de Estocolmo y nosotros mismos nos dirigimos hacia la red que nos atrapa, nos saca del plano de lo real, y nos mete en un mundo artificial donde se vive un simulacro irreal. Pasamos del vivo y en directo, al directo, y el directo está empezando a entenderse y sentirse como una vivencia, aunque jamás lo será.
¿Ve una sociedad de avatares felices y personalidades cínicas?
El cínico todavía era un filósofo con una referencia de inteligencia altísima en la Grecia clásica. Los cínicos podrían ser grandes modelos contemporáneos para tomarse la vida de otra manera, sobre todo, con filosofía. Ellos no quisieron someterse al poder establecido sin criterio. No es malo que seamos una red de avatares si tenemos una identidad real serena. Los problemas surgen cuando dejamos que muchas niñas y niños se acerquen al mundo digital sin haber sedimentado su identidad real.
Porque la red es para personas maduras.
La red exige una madurez, se tenga la edad que se tenga, y una pedagogía de la mirada crítica. Como la pantalla ha venido para quedarse, debemos educar la mirada y poner en marcha herramientas docentes que enseñen a nuestros chavales que los códigos narrativos digitales son diferentes a los de la realidad, y que los de Tik Tok son diferentes a los de Instagram. El pensamiento crítico debería ser casi prescriptivo médicamente desde primero de primaria.
Apostola usted la sencillez y el equilibrio en un tiempo de complicación, barroquismo identitario y desajuste entre vida real y vida virtual. ¿Los filósofos han nacido para hablar en el desierto?
Le diría que no, porque cuando más dificultades sociales existen, más se acude a la filosofía. Antes de la pandemia, la filosofía estaba casi proscrita del plano mediático y los libros de autoayuda se vendían a cascoporro, porque parecía que ahí estaban las respuestas a las dificultades de nuestro tiempo, pero ha llegado un dilema grave y ya no nos valen las explicaciones superficiales. Es entonces cuando se busca la profundidad de la idea. A partir de ahí, los filósofos aparecen en la primera plana en casi todos los medios de comunicación de manera milagrosa. El filósofo se ha convertido en el último recurso de los problemas contemporáneos sin salida, porque se espera de él la explicación más profunda. No creo que prediquemos en el desierto, a pesar de que nuestros representantes políticos no quieren que la filosofía sea una materia indiscutible para la formación de nuestras próximas generaciones.
Usted ofrece jarabe de pensamiento en sus libros, en sus clases, en La Ventana de La SER… ¿Cómo ve que digerimos sus sugerencias: como agua de mayo, como aguafiestas o como agua oxigenada, que escuece, pero cura?
Depende de a quién me dirija. Para algunos académicos soy un aguafiestas, porque divulgo con otros códigos a los que se estilan en la academia. Hay un porcentaje generacional de entre 35-40 años para arriba que me escriben mails o mensajes directos a través de las redes y me dicen que mis libros son como agua oxigenada. Me dan las gracias por echarles una mano a entender mejor lo que estaban viviendo, porque desconocían el problema y ahora, al menos, cuentan con la estructura mental para incoar un cambio. A esa gente creo que les ayudo a curar una herida latente que no ubicaban con acierto. Es agua oxigenada que escuece, porque los descubrimientos conducen probablemente a cambiar algunos parámetros vitales para evitar que persista el daño, pero enfilan el camino de la cura. Después están los de 35 años para abajo, que escuchan los veinte minutos semanales de radio y piensan que son mejores que los libros, porque están acostumbrados a prestar atención en pequeñas píldoras entorno a algo que les haga pensar, pero no toleran bien la continuidad de la lectura. Para ellos, la filosofía es un descubrimiento. Entienden que es como agua de mayo que da un sentido más profundo a cuestiones que antes flotaban en la superficialidad, y lo agradecen muchísimo, incluso de una manera que no me esperaba, la verdad.
¿Qué le fascina a Francino de usted?
A Francino le fascina casi todo lo humano. Su apetito por el conocimiento es casi infinito. Cualquiera que escuche su programa todos los días se dará cuenta de que toca tantos palos sociales, culturales y políticos que es muy difícil no salir de allí enriquecido. Este espacio de filosofía semanal en La SER pervive por cabezonería suya. Nunca he tenido presión de audiencias. Él considera que es bueno que la filosofía tenga un plano mediático, porque le apasiona que el análisis crítico forme parte de un medio de comunicación que se dirige a mucha gente. Es más, lo considera una obligación moral.
¿Por qué tira tanto del surcoreano Byung-Chul Han?
Tiro más de ideas de Byung-Chul Han que de su filosofía genérica, porque me parece que son muy sintomáticas de nuestro tiempo. Creo que aporta ideas estelares que dan claves interpretativas sobre micro fenómenos que, si no los analizas, pasan desapercibidos. Me interesa su gran capacidad para diseccionar microscópicamente lo concreto.
¿Qué otras fuentes de conocimiento contemporáneas nutren su pensamiento?
Leo historia, economía divulgativa, filosofía, sociología, neuroeducación, pedagogía… Últimamente leo más sobre inteligencia artificial y medios de comunicación, y menos sobre psicología. La verdad es que no tengo un campo específico. Leo todo lo que me resulta interesante para mi análisis filosófico. La filosofía hoy es más interdisciplinar que nunca. No puedes escribir de filosofía sin saber de neurología, pedagogía, economía, o sociología. Es muy difícil definir a un filósofo contemporáneo, porque se nutre ya de una cantidad de referencias variadas muy amplia, lo cual es maravilloso.
¿Referencias con nombres y apellidos? Alguna vez le he leído elogiar a Javier Gomá.
Javier Gomá es un referente de la filosofía española actual. Prescindiendo del lado académico, ha entrado en un nivel divulgativo de alta calidad revitalizando conceptos que habían desaparecido del debate mediático y filosófico, como dignidad o ejemplaridad. Además, tiene una retórica de gran calidad y de gran cercanía, y eso es muy difícil. Dialogar con profundidad, pero siendo mundano, como dice él, es un don muy particular. Gomá es una rara avis en este mundo en el que los filósofos escriben para filósofos, lo cual me parece absurdo, porque es como si los pintores solo pintaran para pintores…
Los periodistas somos muy de hablar solo para periodistas.
Una reducción al absurdo para quien tiene un pequeño altavoz frente a la sociedad. Hablar para un subgrupo limita mucho todo el esfuerzo intelectual que uno hace y frena lo que considero un servicio público. Si yo me he formado en esta sociedad sirviéndome, en gran medida, del erario público, al menos una parte de mi producción debería estar enfocada en devolver a la sociedad algo de mis conocimientos.
Hace filosofía de asfalto. ¿Le inspiran también cantantes, poetas, escritores, grafiteros, tuiteros…?
Leonard Cohen ha influido mucho en mí, y Franco Battiato, cuyas letras y música se acercan al corazón con mucha facilidad y, además, te hacen pensar. He sido muy sentimental y muy de cantautores. En su época, José Luis Perales y Julio Iglesias fueron parte de mi banda sonora. En mi playlist aparecen desde Fito hasta Frank Sinatra, pasando por una inmensa variedad. También soy muy de jazz, y me inspiro mucho en escritores como Raymond Carr por su manera tan directa de señalar los problemas.
¿Además del “conócete a ti mismo”, qué otros dogmas filosóficos están sobrevalorados?
En el templo de Delfos había cincelada otra frase que decía: “Nada en demasía”. Me parece que ese consejo sería bueno recuperarlo, porque, como luego nos diría Aristóteles, la virtud está en ese punto medio. Ese equilibrio hoy se lee como síntoma de fracaso, porque si no estás en el exceso, es porque estás en el defecto.
Un coach nos diría que “nada en demasía” es una frase de perdedor.
No me cabe la menor duda, porque para ellos el mundo es bipolar: o alcanzas el éxito meritocrático, o eres un fracasado absoluto. Es un discurso que interesa desde el punto de vista productivo.
Dice usted que “la felicidad se ha convertido en un instrumento de tortura”. ¿Qué culpa tiene Mr. Wonderful de dar alas a las sociedades Peter Pan?
Yo me alegro del éxito empresarial de Mr. Wonderful, porque han sabido dar con la clave al ofrecer píldoras motivacionales instantáneas. El problema es el que lee la taza cada mañana y se obliga a convertir esa frase en una realidad vital como si fuera una terapia. La felicidad al por mayor no existe. Cada uno debe construir los principios que sean seña de identidad de su felicidad. Por otra parte, no creo que estemos en una sociedad infantilizada, sino extenuada. Vivimos con una intensidad tan potente que acabamos el día reventados, por eso acudimos a los medios y a las plataformas para ver cosas que nos entretengan y nos hagan desconectar del vertiginoso ritmo diario. En el fondo, ante este cansancio vital generalizado, los medios y las plataformas hacen una labor asistencial de entretener y punto-pelota.
Si el ego es un globo, ¿qué hacemos?
El ego no es malo, el problema es la egolatría.
Si solo hacemos, ¿cuándo pensamos?
Al menos, cuando terminamos, pero si solo hacemos, no pensamos.
Si no pensamos, ¿de qué moriremos?
Si no pensamos, morimos sin identidad. Decía Kant que no se piensa por cobardía o por ignorancia. Si no piensas, y te mueres, no has sido dueño de tu vida. Es muy triste. No creo que muramos por no pensar, pero sí es posible que muramos sin haber pensado nunca.
Y si morimos así de vacíos, ¿qué importa?
El problema lo tienen los que se quedan. Morir vacío es muy egoísta.