Uno de cada diez contagiados en España sufre covid persistente

La covid persistente es un problema serio no solo para el sistema de salud por lo que de sobrecarga supone y conllevará en el futuro. Especialmente para quienes lo sufren, que ven como su vida se deteriora de manera clara e inexplicable.

En España se calcula que, hasta ahora, unos 1,2 millones de personas sufren (o han sufrido, porque para algunos los síntomas han desaparecido con el tiempo) covid persistente. En torno al 10% de los infectados, según un informe del Ministerio de Sanidad.

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Los síntomas comunes incluyen, entre otros, fatiga, dificultad para respirar y disfunción cognitiva. Y generalmente tienen un impacto en el funcionamiento diario de quienes los padecen. Estos pueden ser de nueva aparición después de la recuperación inicial de un episodio agudo de covid o persistir desde la enfermedad inicial. Los síntomas también pueden fluctuar o se puede recaer con el tiempo, señala el epidemiólogo del hospital de La Princesa madrileño e investigador del Ciberes (red de investigación en enfermedades respiratorias) Joan Soriano.

Es el caso de Maite (pide que no la identifiquen con el apellido), enfermera que lleva de baja casi un año debido al “agujero” mental (así lo define) que padece de vez en cuando y que le provoca crisis de ansiedad importante. “El otro día tuve que llamar por teléfono para que me vinieran a buscar. Iba a hacer la compra en coche, a un establecimiento al que voy siempre, y de pronto no sabía ni adónde iba ni dónde estaba. Aparqué el coche y me eché a llorar­”.

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O el caso de Rubén García, que en marzo cumplirá los 21. Se contagió en verano y desde entonces hay comida y olores que no puede soportar. “Me dan arcadas”, relata este estudiante que pasó la infección “sin ningún síntoma”. “Desde entonces odio la Coca-Cola, mi bebida favorita. El tomate, la pasta, las legumbres, la leche... Comer se ha convertido en un problema, que espero se pase. Aunque los médicos me dicen que aún no lo saben”, señala.

“El otro día iba a hacer la compra en coche; me tuve que parar, lloré, no sabía adónde iba”

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O el caso de Juan Antonio, odontólogo de 65 años, que pasó la covid en marzo del 2021. Estuvo ingresado y precisó de oxígeno, aunque no llegaron a intubarle. “Poco faltó”, apunta. “Desde entonces, he perdido memoria. Tengo que apuntarme las cosas, porque me olvido en el momento de lo que voy a hacer. Y no, no es la edad, es otra cosa. Es como si se pusiera una nube negra en el cerebro que me bloquea”, intenta explicar. Ese “agujero negro” del que habla Maite.

Pero ¿qué es la covid persistente (o long covid )? Hasta hace poco no había una definición clara sobre esta patología. Fue el pasado 22 de diciembre cuando, en una publicación en Lancet Infectious Disease , coordinada por el doctor Soriano, se presentó la primera definición consensuada por un amplio grupo de pacientes, cuidadores y expertos internacionales de este nuevo trastorno: “Es la condición que ocurre en individuos con antecedentes de infección probable o confirmada por SARS-CoV-2, generalmente tres meses después del inicio, con síntomas que duran al menos dos meses y no pueden explicarse con un diagnóstico alternativo”.

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El jefe de servicio de neumología del hospital Quirón de Córdoba, Luis Manuel Entrenas, aclara que la covid persistente no está relacionada con la gravedad de la infección inicial, por lo que puede afectar tanto a pacientes que la sufrieron de forma leve como a graves que estuvieron hospitalizados. Además normalmente, no son personas con antecedentes de patologías previas.

La covid persistente puede afectar a cualquier persona sin importar edad, sexo ni condición, aunque el 50% de los pacientes tiene entre 36 y 50 años y la mayoría son mujeres.

Ayer mismo, se hacía público un estudio realizado con pacientes de covid ingresados en cinco hospitales públicos españoles durante la primera ola que revela que, a largo plazo, las mujeres presentan más síntomas poscovid que los hombres.

“Sabores y olores que antes me encantaban ahora me producen arcadas; comer es un problema”

El estudio, liderado por la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) y en el que participa la Universitat de València (UV), demuestra que, ocho meses después del alta, las mujeres presentaron más síntomas de fatiga, disnea, dolor, pérdida de cabello, problemas oculares, depresión y peor calidad del sueño que los hombres.

Según las conclusiones del estudio publicado en la revista Journal of Clinical Medicine , la cantidad media de síntomas experimentados por las mujeres era de 2,25 frente a 1,5 en el caso de los hombres, aun cuando los síntomas causados por la infección aguda fuesen similares en el ingreso hospitalario.

Se está empezando a describir también casos entre menores de edad, pese a que entre este co­lectivo la gravedad suele ser menor. De hecho, ya existen unidades específicas para tratarlos, como la de Can Ruti en Badalona, que atiende actualmente a 130 pacientes. Aunque hay que investigar más sus efectos entre los más pequeños, advierten los expertos­, que apuntan a síntomas de fatiga y de pérdida de memoria­.

¿Se puede prevenir? Vacunándose. Un estudio israelí aún no revisado por pares ofrece unos resultados positivos en cuanto al efecto de la vacunación en la posibilidad de desarrollar los síntomas más comunes de la covid persistente.

El estudio, elaborado con datos de pacientes de varios hospitales del país, estimó las diferencias en el riesgo de desarrollar covid persistente dependiendo de si habían recibido o no la vacuna. Se analizaron los datos de 951 personas que dieron positivo en la prueba PCR, de los que el 67% estaba vacunado. Entre todos ellos, el 22% reportó tener fatiga; un 20% sufría dolor de cabeza; un 13%, debilidad, y uno de cada 10, dolor muscular.

Afecta sobre todo a los pacientes de entre 36 y 50 años y mujeres, aunque también hay casos en niños

Cuando se compararon los datos de vacunados y no vacunados, el riesgo de padecer fatiga meses después de la infección (y tras ajustar el tiempo de seguimiento) era un 64% menor en los primeros. En el caso del dolor de cabeza, la probabilidad era un 54% inferior; en la debilidad, el riesgo fue un 57% menor, y un 68% para el dolor muscular.

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