Paco Plaza (Valencia, 1973) ha presentado su última película La abuela, escrita por Carlos Vermut (Magical Girl, Quién te cantará), dentro de los preestrenos del Festival Antonio Ferrandis en los cines Kinépolis de Paterna, Valencia. El director de REC, Verónica y Quien a hierro mata, rescata uno de los miedos más antiguos, que lleva atemorizando a la humanidad desde la noche de los tiempos, la vejez, esa tan implacable, como escribiese Rosalía de Castro, que se adhiere a nuestra piel y se refleja en los espejos, al compás de las manecillas del reloj.
“El miedo a la vejez es un terror compartido como sociedad. Todos nos resistimos al paso del tiempo.Es más, vivimos una época no de desprecio, pero sí de poner poco en valor la experiencia y la sabiduría de los mayores, en cambio, los desplazamos del discurso, como si nos aterrasen, como si nos estuviesen recordando que nosotros también nos haremos mayores y moriremos algún día”, comenta el realizador, quien pone sobre la mesa “un temazo, el de los cuidados, que no está en el debate. Se habla mucho de conciliación familiar cuando dos personas tienen que conciliar su trabajo y el cuidado de menores, pero no se ha habla de la conciliación con el cuidado de los mayores. Nadie quiere conciliar cuidando a su madre o su padre.”
La abuela, que se presentó en el pasado Festival de San Sebastián y Sitges y que tras múltiples retrasos llega a las salas el próximo 28 de enero, combina todos los ingredientes de los clásicos del terror, como las posesiones infernales, para poder “hablar de una forma más alegórica, menos directa, menos constreñida por las leyes de la lógica”, porque “el terror te permite tener un acercamiento más metafórico de las cosas que quieres explicar”, ya que, “el terror es una de las emociones más profundas que podemos sentir.”
En éste, su noveno largometraje, Plaza contrapone magistralmente lo efímero de la juventud y el estigma de la vejez a través de las figuras de Susana (Almudena Amor, El buen patrón) y Pilar (Vera Valdez, favorita de Coco Chanel y musa de Avedon en su juventud), nieta y abuela, respectivamente, que viven prisioneras en sus propios cuerpos, como una matrioska, en la que una muñeca engulle a otra. Susana es una bella modelo que aspira a triunfar en París, en cambio, Pilar es una anciana que a consecuencia de un derrame cerebral se convierte en una persona dependiente. Susana tendrá que regresar a Madrid para cuidar a su abuela. Sin embargo, lo que se suponía una breve estancia se convertirá en una terrorífica pesadilla, en la que la supuesta abuela adorable se transformará en algo perverso, maligno.
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Paralelamente, el soñado hogar de la infancia, junto al Retiro, dejará de ser un apacible oasis en el que se conjugará lo cotidiano y el misterio, junto a la magia y elementos simbólicos. A través de este costumbrismo tétrico, Plaza indaga en “la fugacidad que tiene todo y lo contradictorio de intentar retener la juventud, cuando por definición la juventud es transitoria. Nunca serás más joven que hoy y la única manera de mantenernos vivos es cumplir años; y eso que debiera ser algo muy positivo porque es la constatación de que seguimos con la oportunidad de seguir con nuestra vida, parece un drama.”
Con ello, la historia sacude de una forma inquietante y perturbadora nuestra zona de confort para enfrentarnos al tiempo y, sobre todo, sus efectos sobre las personas que queremos, donde habitan las renuncias, también el amor, y a su vez los egoísmos. Todas las escenas están perfectamente cuidadas, con numerosas metáforas visuales, en las que se entrelazan juventud y vejez, las dos caras de una misma moneda, que oscilan en el corrosivo avance del tiempo de una sociedad narcisista, que cada día vive encorsetada en los cánones de una belleza etérea y que, por desgracia, “es una lacra que soportáis más las mujeres que los hombres, la percepción nociva del tiempo”.
En definitiva, La abuela demuestra que se puede hacer cine de terror de calidad, más allá de los previsibles sustos, con el objetivo de reflexionar sobre problemáticas actuales.