Hace unos días recibí un WhatsApp de una persona que me preguntaba: “¿Te puedo hacer una pregunta extraña? Me gustaría saber tu opinión…”.
Yo, que siempre quiero preguntas extrañas y que amoooo dar mi opinión (como ya se habrán dado cuenta) respondí: “Claro mana, dispara”.
La pregunta, en resumen, era: “¿Tú crees que debo de tener otro hijo? Tengo dos y estoy dudando si debo tener un tercero”.
Yo: “¿Por?”
Ella: “Por si pasa algo en la vida que no se quede solo uno (¡omaigod!), por si es mejor una familia grande, por si los hermanos son el mejor regalo, por si, por si, por si… Entonces estoy haciendo un mini estudio de mercado para saber la opinión y la experiencia de otras personas que tienen más o menos hijos y poderme decidir”.
Aclaro que no conozco tanto a esta persona, por lo cual agradezco infinitamente la confianza y también que la persona en cuestión me dio su autorización para hablar de esto hoy.
A partir de ahí tuvimos una conversación en donde salieron muchos puntos que me parecieron dignos de pelotear con ustedes y desde luego, “pelotee” también con ella.
Ahí les van…
Lo primero que le pregunté fue: ¿Tú tienes ganas de tener otro hijo?
Porque me parece que antes que cualquier otra cosa, lo que hay que preguntarse es: ¿tengo ganas de hacer esto? Porque resulta que, a diferencia de muchas cosas, un hijo no es desechable y la decisión que tomes tendrás que asumirla el resto de la vida.
La segunda pregunta fue: ¿Estás dispuesta y en posibilidades de darle a ese tercer hijo lo que le diste a los otros dos en cuestiones de tiempo, de atención, de paciencia, de recursos y de todo lo demás?
Esas fueron las dos preguntas que yo me hice cuando fue momento de decidir si nos quedábamos con dos o queríamos uno más. Y la razón por la que decidimos que ni uno más fue precisamente esa: ya no teníamos con qué ser esos papás 100% presentes los primeros años, ni de vivir sin dormir, ni de dejar lo que nos quedaba de espalda en el proceso. Ni de todo lo demás.
Nuestros hijos los criamos nosotros. El Sponsor y yo. Juntos. Nadie los bañó, cambió, durmió, vistió ni se despertó cuatrocientos millones de veces en las noches más que él y yo (y tal vez uno que otro familiar y muy, pero MUUUUYY eventualmente, alguna asistencia extra por ahí), sin hablar de los 14 meses que amamanté a libre demanda a cada uno y las hoooras de acompañarlos a descubrir el mundo. O la lana que cuestan. O la chinga que es educar y la paciencia que eso requiere y que a mi no es como que se me de en maceta.
Nuestra decisión fue no.
¿Me arrepiento?
No.
Y sí.
No, porque sigo pensando que ya me agarraron cansada y mi cuerpo y mi tolerancia ya no daban más de sí. Sí, porque pienso que los hijos siempre vienen a multiplicar el amor y que viniendo de una familia de solo dos (mi hermana y yo) me hubiera gustado saber cómo era una de más y porque sí, efectivamente, los hermanos son el mejor regalo para enfrentar la vida.
Lo que me sorprendió mucho en toda esta conversación whatsappera, fue que la decisión de tener otro hijo, para ella implicaba además todo un nivel de necesidades y requisitos a cumplir que cuando me tocó a mí decidir, afortunadamente no existían.
La cito cuando dijo “es que ahora para tener hijos ne-ce-si-tas una serie de cosas que antes no necesitabas, como el sleep coach, el coach para que coman mejor, el coach para el vínculo, las fiestas hiper producidas, el viaje a Disney a los 3 años” y todos los etcéteras que caben aquí.
Y ahí es a donde quiero llegar…
“¿Ne-ce-si-tas?”
¡¿Quién dijo que necesitas todo eso!?
Les voy a decir quién: la pinche sociedad de consumo y el tren del mame imparable por pertenecer y pensar que si no hacemos las cosas como hacen las demás entonces las estamos haciendo mal.
🙄
A ver…
Es evidente que si uno necesita se vale buscar ayuda para un temaespecífico y bendito sea Dios hay gente que puede orientarnos y ayudarnos a salir de un bache.
Sí.
¡Pero eso no quiere decir que TENGAMOS que contratar a todos para todo ni para cada hijo!
Lo que hay es una oferta inmensa ante una necesidad clarísima y una falta gigantesca de conexión con algo que durante millones de años fue lo que hizo que no nos hicieran falta tantas cosas: nuestra voz interna, esa tan mencionada y ahora tan ninguneada que se llama: instinto materno.
Estamos taaaan preocupadas por palomear toda la lista de pendientes de los demás que se nos ha olvidado escucharnos a nosotras y a nuestras tribus. Los hijos se han criado durante milenios por sus mamás y por las abuelas, y las amigas, y las tías y ¡ahora necesitamos especialistas! Y eso es una gran tragedia porque estamos pretendiendo tener hijos formateados.
#todomal
Algo que angustiaba mucho a esta chava (que amé que se vulnerara así) era: “es que yo quiero darles lo mejor y pues ahora darles lo mejor implica gastarse una fortuna continuamente para no dejarlos sin todo eso”.
Y eso me parece el punto más importante a la hora de decidir tener hijos. Uno. Dos. Cinco… que se nos ha olvidado que lo mejor que podemos darle a un hijo: es a nosotras mismas.
Tiempo. Orejas. Ojos. Canciones. Juegos. Paciencia. Brazos. Y un chingo de noches sin dormir.
Lo que nuestros hijos necesitan de nosotras ¡es atención! Y una mamá conectada con ella misma que sepa escucharse y que entienda que nadie, ¡nadie!, conoce a su hijo mejor que ella.
Que una no es la misma mamá para todos sus hijos porque cada uno es diferente y por lo tanto necesita una mamá distinta, y que eso está bien.
No tengo nada en contra de toda la oferta de servicios que existen al respecto (antes de que se me echen encima) siempre y cuando entendamos que no los necesitamos por default, sino solo en caso de que realmente estemos, nosotras o nuestros hijos, atoradas con algo.
Lo que necesitamos es informarnos bien ante los temas y los momentos de los hijos, leer libros, tomar cursos y pedir asesorías, siempre y cuando no apaguemos nuestra voz interior y la dejemos de escuchar, pero sobre todo de ejercer.
Para ser “mejores mamás” lo que necesitamos es más práctica y menos teoría. Punto.
Todos los certificados del mundo no sirven para nada si no estás ahí lo más seguido que puedas estar, en el ajo.
En los abrazos. En las noches sin dormir. Las horas de armar y desarmar, vestir y desvestir, jugar y recoger. Poner límites. Educar. Esperar que aprendan a vestirse y a no tirar la mitad de la comida aprendiendo a agarrar una cuchara.
Si yo les contara las hoooooras que se pasó mi hermana con mi sobrino favorito en lo que María Montessori (sensei universal) llama un “periodo sensible” (que es cuando el niño está “obsesionado” con algo porque algo está aprendiendo y en lugar de regañarlo, suspender, o prohibir eso que está haciendo hay que permitirlo para dejar que eso que está haciendo sin cesar lo ayude a construir lo que sea que su cerebro esté construyendo al hacerlo) en el que el escuincle se pasó horas (y probablemente meses) en abrir y cerrar puertas y rejas… hoooooraaaas… y ahí estaban los dos: él abriendo y cerrando, ella observando y permitiendo.
Yo perseguí durante meses también al de 14 en su búsqueda incansable por juntar todos los palos del mundo (que atesoró en el cajón de debajo de su cama como hasta los 10 años) o caminando atrás del camión de basura de la colonia donde estaba la escuela de la hermana, en lo que esperábamos a que saliera (lo cual , por cierto, fue todo un aprendizaje …los procesos y logísticas de un camión de basura son muy impresionantes). Y pasé horas viendo a la de 17 dar machincuepas en el aire cuando su obsesión por la gimnasia olímpica implicaba la necesidad de tener público muy atento (¿viste mamá, viste?).
Lo que los hijos necesitan es tiempo.
Y presencia.
No prisas. Ni cien expertos. Ni mamás que piensan que como ya palomearon todos los requisitos pueden no estar, o estar, pero pegadas al teléfono sin hacerles el menor caso.
Tiempo.
Y es que les tengo una noticia: por más cursos que paguen y expertos que contraten, laÚ N I C A manera de establecer un vínculo con los hijos ¡es vinculándonos con ellos!
Estando.
Y estando con calidad porque estar todo el día viendo Instagram no cuenta.
Hay que conectar.
Hay mamás que trabajan todo el día y tienen un vínculo mucho más profundo porque cuando están ¡están! Y esa es la única receta que funciona: estar presentes en el momento presente.
Así que si ustedes, como esta mujer, están pensando en tener un hijo, o no, mi respuesta es contundentemente esa:
Dejen de hacer encuestas y tratar el tema como si fuera una decisión de negocios. Es una decisión de corazón y de entrega, lo demás se arregla y siempre se acomoda. La cuestión es si queremos darle a esa persona una mamá o simplemente un gerente de su vida.
Siendo brutalmente honesta, tener un hijo siempre va a implicar estar medio pendejo porque si nos pusiéramos realmente a pensar todas las implicaciones, la responsabilidad, la chamba y el dinero que nos van a costar, estoy segura que nunca los tendríamos ¡ni mucho menos volveríamos a empezar!
Lo que sucede es que nos gana el corazón. Y el amor. Porque nada, nunca, nos hará sentir esoque se siente por un hijo, ni la satisfacción que es ponerse la chinga más olímpica del universo a cambio de una manita dentro de la nuestra.
Así que lo que realmente hay que pensar, si es cuestión de decidir, es si lo que estás dispuesta a darle, para darle lo mejor, es a ti misma.
Eso es lo único que los hijos necesitan.
No se hagan tantas bolas. Ni tengan hijos por palomear. Tengan los que quieran atender (realmente) y no tengan si no quieren tener (no es a huevo y sí son una chinga descomunal).
Escúchense más a ustedes y si los tienen… échense más seguido a jugar en el piso con ellos.
No se pierdan la oportunidad de conocer y gozar a sus hijos bajo la presión de que “eso es lo que ahora se necesita” o que lo que hay que darles son cosas o idas a Disney (de las que no se van a acordar) ni fiestas que parezcan un circo de seis pistas (y les cuesten la mitad de su ingreso mensual solo para poder postear en su Instagram y quedar bien).
Entre mejor conozcan a sus hijos, menos necesidad de ayuda van a requerir y más gratificaciones van a obtener. Es la chamba que mejor paga, incluso cuando a veces te hagan pipí en la cara.
Los expertos son para las emergencias.
Para la vida diaria, lo que necesitan, es a su mamá (¡y desde luego a su papá, no crean que ya se salvaron, señores!).
Todo lo demás, lo pueden, casi siempre… mandar a la chingada.
Háganlo.
PD. Si quieren hacerse un favor a ustedes y a sus hijos, lean aMaría Montessori, una genia máxima, visionaria y precursora en eso de que estamos formando adultos independientes, no (mal) educando niños chiquitos. Leerla marcó sin duda mi manera de crecer a mis hijos y de comprender la magnitud de los procesos y las razones de cada etapa, para poder ayudarlos a ellos y ayudarme a no jalarme (tanto) los pelos en el proceso. Estos dos son para mi sus libros indispensables para papás, mamás y abuel@s porque nunca es tarde para aprender a hacerlo mejor:
La Mente absorbente
El secreto de la infancia
Si quieren saber mi opinión de las fiestas infantiles hagan click aquí.
Otro texto de la autora: La parte que no hemos entendido