El periodista argentino que estuvo en el frente de batalla en Ucrania

“Caí en la guerra casi por accidente”, dice Ignacio Hutin y se le escapa una sonrisa. Tiene una manera de hablar que va del tono íntimo al entusiasmo expansivo, de la preocupación por ser entendido a la precisión por los datos.

Así habla y así también escribe: Hutin pasó largos meses en Ucrania y en los territorios que se autoproclamaron independientes: la República Popular de Lugansk y República Popular de Donetsk, y contó la guerra desde adentro en el libro Ucrania. Crónica desde el frente, que contenido exclusivo de Leamos.com.

Por estos días, con la escalada militar que involucra a Estados Unidos, Inglaterra y a los demás países europeos alineados con la OTAN, de un lado, y a la Rusia de Putin, del otro, Ucrania se ha vuelto una noticia permanente y la idea de un conflicto global aparece como una posibilidad inquietante. Pero lo cierto es que el país está en guerra desde 2014. “Lo que pasa es que a partir de los acuerdos de Minsk”, dice Hutin, “la guerra se estancó y, de alguna forma, desapareció de los medios. Pero a mí me interesaba ver no sólo qué había pasado con la guerra, sino con estas dos regiones que se declararon independientes”.

Aunque no son reconocidas por otras naciones, Donetsk y Lugansk tienen sus propios gobiernos, sus propias instituciones, sus banderas y escuelas, y hasta sus propias ligas de fútbol. Dos años antes de la guerra, Donetsk había sido sede de la Eurocopa; allí se había construido un aeropuerto muy moderno y el segundo estadio más grande del país. “Donetsk es una ciudad con más de un millón de habitantes”, dice Hutin. “Es como si Rosario, Córdoba o Mendoza dejaran de ser parte de Argentina. Mañana, sin ningún tipo de anticipación”.

Noticias desde el frente de batalla

Ignacio Hutin llegó a Donetsk con la idea de escribir para diferentes medios internacionales cómo era el presente de estos territorios: cómo vivía la gente, cómo era el movimiento habitual en las calles, cómo era ser un civil en un ambiente bélico. Pero una vez en la ciudad, un español le hizo ver que no tenía sentido estar allí y no hablar del conflicto.

De una manera azarosa pero crucial, ese hombre se convirtió en un fixer —alguien que ayuda a los periodistas extranjeros en zonas de guerra—. “Y lo hizo”, dice Hutin, “simplemente porque estaba aburrido y tenía tiempo. Él ya había dejado de trabajar y, como español, la única forma de salir de allí es vía Rusia, pero para eso se necesita una visa y estando en Donetsk no podía conseguirla”. Es que el gobierno ucraniano considera a quienes combaten en los ejércitos rebeldes —y a todos los extranjeros que se suman a ellos— como terroristas. De hecho, muchos combatientes fueron encarcelados una vez que volvieron a sus países.

“Hay un caso muy famoso, un brasileño que se llama Marques Lusvarghi”, señala Hutin. “En general todos los soldados que se unen a estas brigadas tratan de mantener cierto anonimato. No es fácil encontrarlos en redes sociales, usan seudónimos. Pero este brasileño era extremadamente visible. Todo el tiempo se sacaba fotos y se mostraba en las redes, y terminó preso. Lo emboscaron: le ofrecieron un trabajo en el Mar Negro. Ucrania es un país en guerra y el enemigo tiene información. No es un chiste que te metan preso por cargos de terrorismo. Sumarse a estas brigadas es un riesgo muy importante. A mí me interesaba mucho saber por qué españoles, colombianos, brasileños, chilenos —no conocí a ningún argentino— están dispuestos a luchar en una guerra completamente ajena”.

El tema de la ajenidad y la pertenencia es una clave para comprender las motivaciones de los habitantes. Una noche, Hutin visitó un búnker civil que estaba a menos de cien metros de donde se enfrentaban los ejércitos. Allí estaban quienes vivía en ese barrio antes de la guerra: se habían quedado cerca de sus casas con la idea de que en algún momento podrían volver. Aunque la casa estuviera en ruinas por los proyectiles, les funcionaba la promesa del regreso. “Es una idea muy rusa”, dice, “que no es tan distinto de lo que pasó en Chernóbil, donde mucha gente que volvió ilegalmente”. Hutin confiesa que, aún con el rumor de los disparos y las bombas, lo que le daba más temor era la propia gente que dormía allí: es gente que lleva años viviendo bajo tierra y está muy alterada. “Si vas a quedarte toda la noche”, dice que le dijeron, “llevate un cuchillo”.

El periodista argentino que estuvo en el frente de batalla en Ucrania

Pero también estuviste en el frente. ¿Cómo lograste que te dejaran acompañar al ejército?

—Gracias a aquel fixer español. Me puso en contacto con extranjeros que habían combatido en una brigada internacionalista de izquierda y que, por eso, a diferencia de otras brigadas, siempre aceptaron voluntarios de otros países. Cuando quise ir a esta región, no le pedí autorización al gobierno de estas repúblicas separatistas, sino que me contacté con el comandante —se llamaba Alexey Markov; murió en 2020 supuestamente en un accidente de tránsito— y me llevaron a todos lados. Hasta me asignaron un guía, que era un muchacho de Letonia que hablaba perfecto inglés. Uno va con la idea de que se va a encontrar con una agrupación terrorista, con Al Qaeda, con Bin Laden, y se mostraron atentos, amables, corteses. Todo el tiempo demostrando ante un periodista que no son terroristas, que no son malos. Tanto así, que el comandante me dio una entrevista privada de casi dos horas y tuvo un gesto que me pareció muy valorable. Después de esas casi dos horas, apago el grabador y él me pregunta qué opinaba yo de todo esto. Me pareció alucinante: un tipo que comanda una brigada en el medio de una guerra le pregunta a alguien que no tiene nada que ver qué opina de la situación.

¿Qué le contestaste?

—Le dije que si yo fuera de esa región, no me importaría ser parte de Ucrania, de Rusia o de un Estado independiente. Lo único que querría es que se terminase la guerra. Lo demás, después lo vemos. Tal vez no era la respuesta que esperaba, pero era la más honesta que podía dar.

¿Cómo es con la tecnología el trabajo de un reportero en el campo de batalla?

—Yo usé muchísimo las redes sociales. Fueron clave para conocer gente. Sin esos contactos, no hubiera sabido qué hacer. En el frente no tenía acceso a internet y era muy difícil, no solo por las dificultades con las traducciones, sino por no tener acceso a la información. No podía conseguir contactos, no podía hablar con nadie, no podía buscar cosas. El acceso a internet es clave. Hay zonas en donde ni siquiera hay señal de teléfono, porque fueron destruidas las antenas de telecomunicaciones y sin comunicación no podés hacer nada.

La chispa que inició el incendio

¿Para entender el conflicto de Ucrania se puede pensar en Yugoslavia en los años 90?

—De alguna sí, porque los conflictos en Yugoslavia tenían que ver con cuestiones étnicas: los serbios querían quedarse con los territorios donde vivían serbios, los croatas también y así. Pero, por otro lado, Ucrania era una sola república dentro de la Unión Soviética. No hay antecedentes de que los étnicamente rusos de Ucrania se hayan querido independizar, como Montenegro o Croacia. En ese sentido no son comparables, aunque la polarización de identidades, la división étnica, cultural, lingüística, religiosa, política y demás es parte de la disputa.

Los movimientos independentistas en Europa suelen tener ciclos. Pienso, por ejemplo, en el conflicto de Cataluña.

—Yo estaba en Donetsk cuando Puigdemont declaró y no declaró la independencia. Lo vi en vivo con los españoles. Era una situación muy curiosa: había españoles de derecha, de izquierda y también comunistas. Era muy llamativo ver desde Donetsk la diferencia que tenían con el tema de Cataluña. Dicho esto, yo creo que la diferencia clave entre Cataluña y el Donbáas —el territorio en disputa en Ucrania— es que, en España, al menos en los últimos siglos, no hay antecedentes de asesinatos masivos de catalanes por el solo hecho de ser catalanes.

¿Quiénes llevan la violencia a ese extremo en Ucrania?

—Hay agrupaciones nacionalistas que asesinaron a cientos de miles de civiles por el solo hecho de no ser ucraniano. No solo rusos; también polacos, judíos. Lo más llamativo es que, al día de hoy, estas agrupaciones que en la Segunda Guerra Mundial lucharon del lado nazi en contra de la Unión Soviética son reivindicadas por el Estado ucraniano. Hay monumentos a los líderes. Hace poco se inauguró un estadio con el nombre de uno de ellos, que se llamaba Roman Suhevic. Si sos un ciudadano del Este de Ucrania étnicamente ruso y ves cómo el Estado que debería representarte y defenderte reivindica y apoya a grupos ultranacionalistas que llevaron adelante matanzas contra gente como vos, tiene cierto sentido que tomes las armas. Por eso no me quedo con la idea que promueve el Estado ucraniano, que esta es una mera invasión de Rusia porque a Putin no le gusta que Ucrania se aleje de Moscú y se acerque a la Unión Europea. Es una idea muy simplista. Una guerra no se explica nunca por un solo motivo. Hay muchos factores detrás de la guerra y parte de este contexto son estos antecedentes.

Mencionás a Putin y debo decir que la figura de Putin hace que uno mire a Ucrania con cierta simpatía. Si hay que elegir entre Putin y un Estado independiente, yo me pongo del lado del Estado.

—Eso es exactamente lo que dice Estados Unidos: que Ucrania es un país independiente y, como tal, tiene derecho a elegir su futuro.

Supongo que, si el futuro que eligen no estuviera cerca de ellos, no estarían tan abiertos a la autodeterminación.

—Claro. Preguntale a Cuba cuando decidió ir por el comunismo. Respeto las decisiones cuando me convienen. Pero Rusia también es así. Yo creo que Putin es una figura muy interesante. Es nacionalista, es un líder de esos que son todo y son nada. Reivindica el papel de Rusia como potencia y, de alguna forma, les devolvió el orgullo nacional que habían perdido en los 90, en la etapa de Boris Yeltsin. Además, durante las dos primeras presidencias —de 2000 a 2008—, mejoró la economía por el precio de los hidrocarburos. Tenés a un líder que te devuelve el orgullo nacional, te mejora el bolsillo y, como si fuera poco, en todas las oportunidades que tuvo Rusia para demostrar que está volviendo a ser una potencia, triunfó: en Georgia, en Chechenia, quizá no triunfó en Ucrania pero “recuperó” —y lo digo en términos del Estado ruso, porque es la palabra que usan— la península de Crimea.

La guerra moderna y la economía globalizada

En una comparación tal vez excesiva, ¿Putin es a Boris Johnson lo que Galtieri a Thatcher? Los digo por cómo Johnson, que está siendo tan cuestionado, se agarra de los movimientos militares de Putin para recuperar una imagen positiva.

—Concuerdo. Porque además no es solo el tema de la fiesta y que haya salido bailando en el medio de la cuarentena más estricta. También tiene que ver con el Brexit. El Reino Unido está cada vez más aislado. El Brexit se ha demostrado como una pésima política y lo están sufriendo no solo en las islas británicas sino también en lugares como Gibraltar y las Malvinas. Boris Johnson está siendo muy cuestionado y está cada vez más aislado. No es casual, entonces, que haya sido el líder de un país miembro de la OTAN que más apoyó a Estados Unidos con respecto a Ucrania. Estados Unidos dijo que podía haber una invasión y que había que apoyar a Ucrania con armas, dinero y tropas. Alemania no mandó tropas ni armas; Francia tampoco. En España se está debatiendo. El único que apoyó a Estados Unidos fue Boris Johnson. Yo creo que eso tiene que ver con buscar urgentemente un aliado porque si no el Reino Unido queda demasiado aislado.

¿De qué manera el conflicto en Ucrania afecta a los argentinos?

—En principio, la Argentina está afectada de una forma muy directa, porque Ucrania es un país exportador de productos agrícolas, especialmente trigo. Se supone que el Oeste de Ucrania es la zona más fértil de Europa y se produce mucho trigo. Con la escalada que hemos visto en los últimos días, el precio del trigo a nivel internacional ha aumentado mucho y esto, de alguna forma, le viene bien a la Argentina. Por otro lado, todo lo que pase en esta región va a afectar a la economía global. Rusia está atravesando una situación económica difícil. Suena raro decirlo desde Argentina, pero Rusia tiene una inflación muy alta, que es cerca de un 7% anual. Esto tiene que ver no solo con la caída del precio de los hidrocarburos, sino con las sanciones comerciales impuestas a partir de la anexión de Crimea y del supuesto apoyo no oficial que les da a los separatistas de Ucrania. En ese sentido, si de pronto se le aplican más sanciones y Rusia no puede exportar gas a la Unión Europea, va a repercutir en todos los mercados.

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