¿Qué le hace a tu relación de pareja estar todo el tiempo mirando el celular?

Algunas pretensiones son solo eso, pretensiones. Por ejemplo, que podemos prestarles atención a dos diálogos simultáneamente. Evitaré los detalles neurológicos. No porque se trate de un tema particularmente complejo (bueno, sí, además es complejo), sino porque todos sabemos cómo funciona. Si estás leyendo mensajes en el teléfono, tu cerebro puede más o menos captar algunas palabras significativas de lo que la persona que tenés delante te está diciendo. Pero eso está a más o menos 25.000 años luz de escuchar (escuchar, no oír) a esa persona.

Si estás leyendo mensajes en el teléfono estás leyendo mensajes en el teléfono, y nada más. Nuestra consciencia es, en este sentido, bastante limitada. No quito que existan otras especies en el universo que puedan escuchar un audio de WhatsApp y a la vez comprender cabalmente lo que su cónyuge les dice, ahí, al otro lado de la mesa. Pero nosotros no somos así.

Podrá parecer a alguna suerte de proyección. Tal vez solo ocurre que como soy un poco lerdo entonces creo que todos los demás son iguales. Puesto a debatir el asunto, sí, tengo que admitir que la afirmación que hice arriba, desprovista de la documentación neurológica adecuada, requiere de una prueba experimental, además de algunas salvedades. Así que vamos a hacer lo siguiente. Convoquemos voluntarios para que oigan (no puedo decir escuchar en este caso, y ese es el problema) dos discursos al mismo volumen y al mismo tiempo. Es más, pueden probar en sus casas, si se sienten voluntariosos hoy. Pongan dos programas de radio a la vez en la computadora y observen si pueden luego resumir lo que estaban diciendo en cada uno. No el tema general. Ni palabras sueltas. Y van a ver que se les complica.

Pero la prueba no está ahí. La prueba está en poner un tercer programa de radio. Ah, difícil, ¿no? Sí. Diría que el aumento en la dificultad es logarítmico, aunque, claro, habría que medirlo. Por lo tanto, si es obvio que no podemos seguir tres diálogos a la vez, ¿por qué presumimos que sí somos capaces de atender dos?

Solemos creer, con alguna soberbia, que somos multitasking. Es verdad que podemos completar varias tareas en un cierto período, pero, en realidad, dividimos el tiempo en rodajas más o menos finas y durante cada una de esas fracciones le dedicamos toda nuestra atención a algo en particular. No quito (esta es una de las salvedades, indispensable) que podemos, sí, mascar chicle y caminar a la vez. O manejar el auto y atender lo que dice la radio. O picar cebolla y decidir qué corbata vamos a usar mañana a la mañana para esa reunión. Pero ahí estamos confundiendo dos asuntos. Las tareas que requieren atención y las que el cuerpo hace por mera memoria muscular, como meter los cambios del coche o picar cebolla. ¿Viste las personas que siempre manejan y cuando les toca ir de acompañantes pisan el freno involuntariamente ante ciertas situaciones? Eso es memoria del cuerpo. Si tuviéramos que prestarle atención a cada uno de los cientos de pequeños movimientos que hacemos al conducir, no llegaríamos ni a la esquina.

¿Qué le hace a tu relación de pareja estar todo el tiempo mirando el celular?

O sea, todo bien con oír la radio mientras manejamos, pero qué les parece reemplazar el parabrisas por un gran televisor LED. Translúcido, por supuesto. Si podemos hacer dos cosas a la vez, entonces no habría problemas en mirar una película y conducir en el tránsito. A 100 kilómetros por hora. ¿Cierto?

No, claro que no es una buena idea. Porque el asunto es la atención, y la atención humana es monofónica. Otras formas de conectarse con el entorno, no. Por ejemplo, el oído siempre está atento, hasta cuando dormimos. En los perros el olfato también funciona durante el sueño. Pueden probar esto con el pichicho doméstico acercándole algún manjar al hocico mientras duerme; las caras con las que se despiertan son muy graciosas. Pero no podemos prestar atención completa a más de una cosa por vez. Si, además, está involucrado el lenguaje, se requiere todavía más atención.

Somos capaces de jugar partidas de ajedrez simultáneas, pero eso es porque el ajedrez es por turnos. Si funcionara como el lenguaje, que está constituido por una sola secuencia de sonidos (más algunas otras manifestaciones, como los gestos y las miradas) en la que el orden y la presencia o la ausencia de partículas ínfimas –como sí o no– pueden cambiar todo el sentido de lo que se nos dice, entonces la supuesta simultaneidad se va al garete. De hecho, el oído (o el olfato, en los perros) actúa como un mecanismo que desvía la atención hacia un posible peligro, y entonces todo otro sonido pierde relevancia. Podés cambiar un posible peligro por una notificación del celular y tenemos la misma situación. Tu atención se va a otro lado. Así estamos diseñados, lo siento.

Ausencia

Pero hay algo más. Si mientras alguien te está hablando mirás la pantalla del celular, no solo no estás prestándole completa atención, sino que además le estás enviando el mensaje claro y distinto de que no estás prestándole atención. Son dos cosas diferentes, y ambas son graves para eso que constituye una relación entre dos personas; especialmente, la segunda. Por ahí es una manía mía, pero en general está bueno que las personas que querés y que dicen quererte te presten atención. ¿Capricho? ¿Narcisismo? Oh, no, hay algo mucho más brutal detrás de esto.

La repetición de esta ese mensaje, el de que esa persona no está prestándote atención, va deletreando una palabra ominosa para las relaciones humanas. Esa palabra es ausencia. Por mucho que esa persona pretenda estar ahí mientras mira el teléfono, en realidad se encuentra en otra parte. No importa dónde, y es muy probable que tenga motivos válidos para no estar en este lugar ahora con nosotros. Pero el hecho de tener motivos no cambia que a los fines prácticos es como si no estuviera; está ausente. Está pero no está.

La ausencia no es neutra. Produce –todos los que hemos atravesado duelos sabemos esto– reacciones psíquicas dolorosas y lentas, pero definitivas. Puesto que de otro modo perderíamos la razón, la persona ausente va desapareciendo lentamente de nuestra consciencia cotidiana. Si fue alguien amado, lo recordaremos con emoción, con lágrimas, con el corazón hecho pedazos. Pero no será así cada hora de cada día. Luego de cierto tiempo, lo recordaremos el día de su cumpleaños. O cuando encontremos una foto, por casualidad. O porque alguien lo menciona. Pero el resto del tiempo la ausencia conduce inexorablemente al olvido. Es comprensible. Es necesario.

Creemos, con alguna inocencia, que es inofensivo estar todo el tiempo más pendientes del teléfono que de esa persona para las que deseamos estar presentes. Pero lo que estamos haciendo es volvernos cada día un poco más ausentes. Es decir, estás dejando sola a esa persona. No hay muchas circunstancias más tóxicas para una relación, especialmente para una relación de pareja, que sentirse solo aún cuando estamos –supuestamente– acompañados.

A la vista de estas reflexiones, ¿qué pasaría si el estar juntos se convierte en que cada uno se la pasa mirando su teléfono la mayor parte del tiempo, si la ausencia es mutua? Es pregunta.