Quien no haya dicho nunca en su corta o larga vida la frase del título, puede mudarse a Facebook, jugar solitario o volver a una aburrida hoja de Excel, como ciertas amigas que están sonriendo ahora mismo, atrapadas in fraganti en este relajito en su oficina.
El resto, seres mortales diseñados para reaccionar ante la vida con el más natural gesto de alegría, tristeza, ira, miedo o asco, bienvenidos a la nave Tierra, donde la reproducción es cien por ciento sexuada y todos nos divertimos muy cerca de la zona de evacuación, e incluso dentro o alrededor de ella.
¿Ven? Instintivamente engurruñaron la nariz y separaron unos milímetros la vista de la pantalla. Todo el mundo delata sus límites reales en fracciones de segundo… y eso que aún no se ha inventado una aplicación digital olfatoria ni el cerebro puede evocar voluntariamente un olor.
No por gusto el asco es una de las seis emociones básicas universales descritas por el estudioso Paul Ekman, junto a las cinco mencionadas arriba. ¡Ajá! Cogí a unos cuantos retrocediendo para contar… y sí, solo escribí cinco porque de la sexta quiero hablarles en cuanto bajen las cejitas y Sachiel deje de sonreír socarronamente.
Muchos famosos analistas dicen que el asco y la sorpresa son emociones ligadas a la sobrevivencia: mientras el primero protege de un daño real o ilusorio al bajar la frecuencia cardíaca, la segunda dispara una descarga de adrenalina que te puede salvar o condenar en segundos.
Lo curioso es que no siempre sentimos repulsión o asombro ante las mismas cosas. Las circunstancias modulan nuestra reacción y a veces pueden hasta transformarla en placer, aunque después sintamos doble asquito por haber hecho un espectáculo deprimente, como besuquearte con una persona que detestas bajo el efecto de un cobarde Planchao.
¿Nunca han oído decir a un puritano que le desagrada Fulano o Zutana porque son esto o se visten de aquello? Y sin embargo permanece mirándoles con hipnótica atención más tiempo de lo prudencial o educado. ¿Y qué me dicen de la «repugnancia» hacia examantes después de suplicar por años unas migajas de su cariño, o de gozar sus mieles hasta caer sin fuerzas al menos una mágica vez?
Que me perdone cuanto seso ardiente se dedique a estudiar las reacciones humanas más auténticas: Mi experiencia indica que algunas personas llaman asco al miedo aprendido, como si codearse con la diferencia o aceptar los errores propios pusiera en peligro su purísima esencia humana.
Y hay más: Ciertas féminas ladean la cara ante un hombre de poco cabello y luego se regocijan con lo más calvito de su anatomía, como algunos másculos detestan la menstruación, pero bajan a su fuente sin problema cotidianamente.
Otra prueba de relatividad en estos sucios asuntos es que muchas personas son intolerantes al orine acumulado en baños o sitios públicos y en cambio gozan una lluvia de oro recibida y/o derramada por su pareja, gusto conocido como urofilia, una de las parafilias más suavecitas en mi asquerocímetro personal.
Otras las considero más hediondas, como la misofilia (sexo con vagabundos bien sucitos o en un basurero) y la ganadora absoluta es la coprofagia, que sí, sí, es eso que pensaron: comer o untarse lo que otros defecan, y no metafóricamente, sino de verdad, porque sin ese condimento no hay placer posible en su menú erótico del día.
Díganlo, díganlo: ¡Q u é a s c o o o! Pero hay miles, millones de personas en esa jugada, por no hablar de las expertas en bukake y gokkun, modalidades japonesas de ingestión de semen que involucran muchos hombres y una sola garganta receptora, en directo o diferido… Y escribo “las” porque es una práctica tradicional en mujeres sumisas, pero en la última Bienal de Arte de La Habana se expuso una serie fotográfica en la que varios donantes untaban una enorme galleta y un hermoso moreno, como los que le gustan a SexyTemb, la engullía con sicalíptica devoción…