He pasado semanas rotando en una planta, haciendo un sinfín de funciones de enfermería, como puede ser la administración de medicación, la realización de gasometrías arteriales, curas, analíticas… entre diversas técnicas. Y tal vez la más importante de mis funciones ha sido acompañar a los enfermos. Estamos viviendo un nuevo periodo, una nueva normalidad, como dicen los medios, y entre todo esto hay miles de enfermos solos en sus habitaciones.
Desde el control de enfermería se oyen los móviles sonar y en los pasillos puedes oír como muchos de ellos intentan tranquilizar a sus familiares, afirmándoles que están bien, independientemente de que sea así o no. Así mismo, en el otro lado de la moneda, están en minoría aquellos enfermos a los que sí les admiten una visita, por el motivo que consideren, como puede ser el de ser personas dependientes. Y también se puede observar en sus rasgos el agradecimiento que sienten hacía aquel que les está cuidando.
Hay días que hasta a mí se me hacen eternos, como si las agujas del reloj se hubieran parado, e incluso tú seguramente conoces esa sensación, pues bien, ese sentimiento es el que he descubierto que tienen muchos de los enfermos en sus días de ingreso.
Entras en su habitación y lo que más quieren aparte de que les cuides, es un tema de conversación y una persona con quien estar. Cualquier técnica que les vayas a hacer les parece suficiente para pasar unos minutos de esas veinticuatro horas hablando con alguien. Es una forma de distracción, de evadirse de aquellos problemas que les rondan por la cabeza, o de igual modo, en determinadas circunstancias les sirve para desahogarse de esos mismos problemas.
Ejemplo de ello fue un paciente varón, de tercera edad que estuvo ingresado cerca de dos semanas debido a que tras muchas pruebas que le hacían, no identificaban de dónde venía la sintomatología. Cada día, a primera hora de la mañana, al ir a administrarle la medicación, se encontraba de pie mirando por la ventana. Me acercaba a darle los buenos días y preguntarle que qué tal estaba y aunque como de rutina me hiciera alguna broma para hacerme reír, ya que era un señor bastante risueño, a medida que pasaban los días notaba en su cara cierta tristeza o desesperación.
Al notar ese sentimiento en aquel señor me quede cabizbaja porque no sabía cómo ayudar, era la primera vez que me enfrentaba a algo así. Me fui del hospital pensando qué podría hacer yo para que tanto él, como en un futuro cualquier otro paciente, no se sintiera así. Tras pensarlo detenidamente y con ayuda de los consejos de una enfermera ya veterana, decidí que hablar con él de manera más pausada podría hacer que se olvidara de que estaba allí o lo que fuera que le rondaba por la cabeza al menos durante ese rato.
A la mañana siguiente al ir a tomarle la tensión me dedique más tiempo que otros días a comentar con él acerca de la meteorología, y de ahí derivo a hablar sobre la Navidad, sobre anécdotas de cuando él era joven y diversos temas más. Así note que fue cogiendo más confianza en mí y que gracias a ello, al cabo de unos días se atrevió a preguntarme cómo podía hablar con sus nietos enviándoles audios con el móvil, ya que ellos le hablaban por “WhatsApp” pero él no sabía cómo contestar. Una vez que aprendió, percibí ilusión en su mirada y yo me sentí orgullosa y satisfecha de haberle servido para algo más que lo puramente técnico y paralelamente haber conseguido llegar a él.
De tal modo, tras haber aprendido a manejarse con el móvil, todos los días cerca de las dos de la tarde cuando sus nietos salían del colegio hablaba un rato con ellos sobre cómo les había ido el día, y su tono de voz cambiaba al instante, se percibía vida en el ambiente y su rostro se tornaba más alegre.
Entre tanto, a pesar de que le encantaba hablar con sus nietos y de que se reía mucho al oírles, una vez que dejaba el teléfono de lado y su mente volvía a adentrarse en la habitación del hospital, observe en ocasiones cierta soledad en él. Pues la necesidad del contacto piel con piel es algo que ni las tecnologías pueden hacernos olvidar, ni pueden equiparar. Parece que cuanto más lejos estamos de alguien, más queremos estar con esa persona.
Él mismo me comentó que le daba miedo estar allí solo porque se estaba dando cuenta de que el tiempo que le quedaba podría ser corto y quería estar con los suyos, que le daba igual de que y cuando morir, pero quería sentirse acompañado.
De la misma manera, este patrón de soledad fue común en la mayor parte de los pacientes que estuvieron durante varios días ingresados. Afirmaban que sentían frustración y aburrimiento de estar encerrados en esas cuatro paredes, que todos los días se les hacían iguales y que por más entretenimientos que buscaban como hacer crucigramas, sudokus, leer o ver la televisión, no les servía para que sus cabezas cesaran de maquinar.
Por consiguiente, he podido observar que cada paciente tiene un modo distinto de enfrentarse a dicha nostalgia, muchas veces concorde con su carácter, pues hay personas con facilidad para mostrar sus sentimientos ya sea llorando, mediante expresiones verbales etc. Y en cambio en el caso del paciente descrito, al tener una personalidad más intrínseca, se lo guardaba en un principio todo para él.
Por ello, quiero dejar caer que como personal sanitario aunque no podamos hacer milagros y proporcionar a los pacientes todo lo que querríamos, sí que podemos hacerles la estancia más amena. Una simple caricia, una pregunta de interés o brindarles una sonrisa puede ser la gotita de la pócima necesaria para que se sientan atendidos y queridos.
Visto que sabemos lo que es estar separados de los nuestros, más que nunca podemos ponernos en la piel de los enfermos, en otras palabras, podemos ser asertivos. Y nuestra profesión, la enfermería, es un arma extraordinario para poder combatir dicho aislamiento o soledad.
En resumen, esta experiencia me ha hecho reconocer el verdadero trabajo que hay detrás de la enfermería en su generalidad, y del lazo tan bonito que se puede crear entre enfermera y paciente.
Además, señalo que me impacto la amplitud y relevancia que tiene la función asistencial de enfermería en comparación con lo que se estudia en la carrera. E igualmente, me quedo con que cualquier muestra de amor, apoyo y bondad para con el enfermo puede cambiar su estado de ánimo, y esto indirectamente puede influir en su enfermedad tanto desde el punto de vista físico como psicológico, mejorando así su calidad de vida.
Así pues, invito a toda la enfermería a dedicarse un poco más en medida de lo posible al acompañamiento, aunque muchas veces no se puede cumplir con este deber tanto como se desea.
Por consiguiente y para concluir, quiero agregar que tenemos una profesión muy entregada a los demás y tenemos que hacerle homenaje. Para así también hacer ver la transcendencia que tienen los cuidados de enfermería, ya que normalmente no son valorados como se merecen.
Autora:Nerea Rodríguez Retuerto