Pablo Neruda vino a llenar el mundo de poesía el 12 de julio de 1904, en Parral, Chile, cuando aún era para todos Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto. Un 21 de octubre, pero de 1971, hace 50 años, recibía en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura.
Gabriel García Márquez, que sería distinguido con el mismo galardón once años más tarde, lo llamó «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Y él sabía de qué hablaba.
A los 16 años, Pablo Neruda obtuvo su primer inesperado premio en la Fiesta de la Primavera en Temuco, a donde se había mudado con su padre ferroviario (a su madre nunca la conoció; había muerto al mes de dar a luz). Ese mismo día llegó a sus manos una revista checa y vio en ella un artículo sobre un escritor, Neruda, al que le habían dedicado un monumento en el barrio Mala Strana de Praga. Y así de fácil encontró su seudónimo. Esa distinción fue la inolvidable, por ser la primera, pero no fue la mayor. Sin embargo, lo motivó a escribir incesantemente cinco poemas cada día y el resultado de sus faenas se plasmó en Crepusculario (1923).
Un año después, la fiebre creativa lo había poseído: Una canción desesperada, Veinte poemas de amor, Los Veinte poemas son el romance de Santiago, Con las calles estudiantiles, La Universidad y el olor a madreselvas del buen amor compartido...
En 1926, necesitó darle un respiro al amor y concentrarse en el destino difícil que esperaba al hombre en este mundo lleno de espinas. El cambio formal que le picaba como urticaria se reflejó en sus tres nuevos trabajos literarios, muy opuestos a lo precedente: El Habitante y su Esperanza; Anillos; Tentativa del Hombre Infinito. “Hogueras pálidas revolviéndose al borde de las noches corren humos difuntos polvaredas invisibles fraguas negras durmiendo detrás de los cerros anochecidos” escribió, así sin puntuación y sin aliento, en 1926.
Dedicarse a la carrera diplomática no fue más que un acople de esa misma búsqueda.
El 6 de diciembre de 1930, cuando Pablo Neruda era cónsul de Chile en la isla de Java, se casó con una neerlandesa, María Antonieta Agenaar, Maruca. “Era una mujer alta y suave, extraña totalmente al mundo de las artes y las letras”, escribiría de ella en “Confieso que he vivido” .
Su perfil protocolar lo llevó a Madrid, en donde Neruda consiguió el puesto de agregado cultural en la Embajada de Chile y finalmente fue nombrado Cónsul. Allí conoció a Federico García Lorca, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Salvador Dalí y las figuras de la generación del 27. Fundó la revista Caballo Verde para la Poesía, una publicación de fuerte tinte social.
En 1934, cuando el matrimonio vivía en Madrid, nació la única hija que tuvo Pablo Neruda. Tenía hidrocefalia y la llamaron Malva Marina, porque Malva es la flor de agua que crece cerca del mar.
Cuando estalló la Guerra Civil, la familia huyó a Montecarlo y, según un libro escrito por la neerlandesa Hagar Peeters, el que luego huyó y abandonó a esposa e hija, dejándolas en la miseria, fue el escritor chileno, el mismo al que consideraban “el padre de los refugiados republicanos españoles”.
Corría el año 1936, y Neruda había conocido a la argentina Delia del Carril, cuñada del escritor Ricardo Güiraldes, a quien el poeta llamaba “la Hormiguita”.
Malva Marina habría de morir en 1943, cuando tenía ocho años y vivía en Gouda con su madre. Neruda no la había vuelto a ver. Como no sabía de qué modo avisarle, la madre, le dejó una carta en el Consulado de Chile en La Haya, pero Neruda nunca le respondió.
Cuesta creerlo viniendo del gran trovador de la lengua castellana, el mismo que según cuenta ese volumen nórdico llamaba a su hija “vampiresa de tres kilos” y la describía como “un ser perfectamente ridículo”, “una especie de punto y coma” que el poeta eligió borrar para siempre del manuscrito de su propia vida.
Ya en su patria, en 1938, el poeta llegó a caballo a un caserío de dos mil habitantes, a 113 kilómetros de la capital chilena. A pagar con futuros derechos de autor, compró una pequeña casa de piedra junto al mar, en una comarca que se llamaba Las Gaviotas, y que Neruda, que ya tenía una fijación con el mar, aunque le tenía miedo al agua, rebautizó Isla Negra. Cuando no estaban en Santiago de Chile, en su casa de la Avenida Lynch, Neruda pasaba algunas temporadas en esta playa desolada junto a La Hormiguita. Proclamándose capitán de Isla Negra, diseñó sin arquitectos su propio barco sobre la tierra y allí encalló en esta casa con proa y popa, estrecha, con pisos de madera que crujen como una quilla, techos bajos y aberturas semicurvas de buque. La decoró con mascarones de proa, cordeles e instrumentos de navegación que fue trayendo de todos los mares del mundo y hoy es un destino icónico, administrado por la Fundación Pablo Neruda.
“Yo soy un amateur del mar, y desde hace años colecciono conocimientos que no me sirven de mucho porque navego sobre la tierra”, explicaría en Oceanografía dispersa.
En 1945Pablo Neruda recibió, en Chile, el Premio Nacional de Literatura y se afilió al Partido Comunista de Chile. Al estilo de Émile Zola en J’acuse, en el Senado de Chile leyó un alegato propio, Yo acuso, contra la persecución a los sindicalistas en su país.
En 1948 se libró la orden de su detención y el poeta tuvo que huir de Chile disfrazado, cruzando los Andes a lomo de caballo, por su enemistad pública con el presidente Gabriel González Videla.
Después de dos años de exilio político, en 1950 dejó a Delia del Carril en alguna parte y partió de México, con Matilde Urrutia y, aunque le ley todavía lo vinculaba con su segunda esposa argentina, se fueron juntos a Capri y se juraron amor eterno a la luz de la luna, el 2 de mayo de 1952. La pareja se refugió en Sant’Angelo, un plácido pueblo de pescadores en donde el poeta terminó de escribir Los versos del capitán.
“Hay exilios que muerden y otros son como el fuego que consume. Hay dolores de patria muerta que van subiendo desde abajo, desde los pies y las raíces”, se compadecía en Exilios.
Los lectores enamorados seguían aguardando sus versos repletos de amor, pero su compromiso con las grandezas del pasado y las injusticias contemporáneas torcían su pluma hacia otras vertientes: la sociedad lo asfixiaba.
Un desafío mayor que la poesía fue la prosa que alcanzó entonces, en 1950, con Canto general,“mi libro más ferviente y vasto, la coronación de mi tentativa ambiciosa. Es extenso como un buen fragmento del tiempo y en él hay sombra y luz a la vez, porque yo me proponía que abarcara el espacio mayor en que se mueven, crean, trabajan y perecen las vidas y los pueblos”, recordaría el mismo Pablo Neruda delante de un auditorio en la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, el 7 de agosto de 1964, cuando inauguró un seminario de estudio de sus obras.
“El poeta debe ser, parcialmente, el cronista de su época. La crónica no debe ser quintaesenciada, ni refinada, ni cultivista. Debe ser pedregosa, polvorienta, lluviosa y cotidiana. Debe tener la huella miserable de los días inútiles y las execraciones y lamentaciones del hombre”, continuó Neruda en la Biblioteca Nacional.
Neruda volvía a sentirse cómodo en la poesía, pero sólo si sonaba a denuncia. Canto General se detuvo sobre la realidad política y social de los americanos. La nostalgia de América le pesaba y Machu Picchu, el Río Mapocho y Valparaíso lo retuvieron en la urdimbre latinoamericana, en completo contraste con los versos oscuros, ibéricos y castizos de los años 30, que había plasmado en sus tres ediciones de Residencia en la Tierra: “soy yo ante tu ola de olores muriendo (…) soy yo con mis lamentos sin origen, sin alimentos, desvelado, solo”, tal como había descrito en 1935.
Canto General llegó a Chile, pero se editó clandestinamente debido a la dictadura de Gabriel González Videla.
En 1953 fue distinguido con el Premio Lenin de la Paz y, en 1966, con la Orden El Sol del Perú.
En 1970, el Partido Comunista de Chile lo elige como precandidato a la presidencia, pero el escritor prefirió dar un paso a un costado y favorecer a Salvador Allende, su amigo.
En 1971, la Academia Sueca lo eligió como la figura indicada para recibir el Premio Nobel de Literatura. Fue el tercer escritor latinoamericano en recibir esa distinción. Mientras tanto, Pablo Neruda continuaba con su actividad política e ideológica.
El 11 de septiembre de 1973 el golpe de Estado derrocó al Presidente Salvador Allende, quien luego perdió la vida violentamente, por un supuesto suicidio. La casa de Pablo Neruda en Santiago de Chile fue saqueada y sus libros incendiados.
Ya enfermo de cáncer de próstata, su salud registró un nuevo golpe bajo y el 19 de septiembre lo trasladaron desde Isla Negra hasta la clínica Santa María en Santiago de Chile. Allí falleció doce días más tarde, el 23 de septiembre de 1973, a los 69 años.
Luego de 17 años de gobierno militar en los que la poesía de Neruda fue poco difundida, muchos chilenos comenzaron a redescubrir Isla Negra en la década del 90.
La poesía de Neruda se puso entonces de moda, mucho más luego de la película El cartero (1994) que llevó al cine una producción italiana con Philippe Noiret y la pulposa Maria Grazia Cucinotta. La cinta del director inglés Michael Radford se basó en Ardiente paciencia, novela de otro compatriota de Neruda, Antonio Skármeta, quien ya la había dirigido, con el mismo título, en 1983.
El protagonista de la versión italiana, Massimo Troisi, murió de un ataque cardíaco cuando terminó el rodaje y la Academia de Hollywood lo nominó póstumamente al Oscar al mejor actor, junto con otras 4 nominaciones. Sólo ganó la codiciada estatuilla el argentino Luis Bacalov, creador de “La Mejor Banda Sonora”.
“No he salido de ti cuando me alejo“(La carta en el camino)
“Antes de amarte, amor, nada era mío: vacilé por las calles y las cosas: nada contaba ni tenía nombre: el mundo era del aire que esperaba.” (XXV, Cien sonetos de amor).
“Es tan corto el amor y tan largo el olvido“ (XX)
“Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido” (XX)
“Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, te pareces al mundo en tu actitud de entrega” (Cuerpo de mujer)
“A nadie te pareces desde que yo te amo” (Juegas todos los días)
“Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas” (XII)
“Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes a tus ojos oceánicos” (VII)
La escritura de Pablo Neruda provee el mejor de los ejemplos para explicar "predicativo subjetivo" (“La noche está estrellada y tiritan, azules, los astros alo lejos”) o el "parelelismo sintáctico" (“Podrán cortar todas las flores pero no podrán detener la primavera”).
Sin embargo, a la distancia, las contradicciones de su vida, también se derraman por sus páginas. Hay quienes no han pasado por alto el machismo de algunos versos que podrían, sin sobresaltos, integrar el libro cinematográfico de “50 sombras de Grey”, por su sadomasoquismo (“Cuánto te habrá dolido acostumbrarte a mí, a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan”, Juegas todos los días); o por su cosificación de la mujer (“Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto”, La canción desesperada); o por su crueldad (“Mi fea, eres una castaña despeinada (…) mi fea, de tu boca se pueden hacer dos (…) mi fea, dónde están escondidos tus senos”, XX, Cien sonetos de amor); o por su autoritarismo amoroso (“Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca”); su egolatría (“Ella me quiso, a veces yo también la quería”); o en síntesis, por su solipsismo sin remedio (“Tienes de mí ese sello de avidez no saciada. Desde que yo los miro tus ojos son más tristes”, Llénate de mí).
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