Algo pasa y no es nada positivo ni esperanzador. Entre septiembre de 2020 y junio de 2021 dejaron el país 57.000 personas y siguen las renovaciones de pasaportes, vacunas y trámites para contar con otra nacionalidad -por la vía de padres o abuelos- para, sobre todo, enfilar hacia la Comunidad Europea. Se trata de un ritmo mayor al de los inicios aquellos en los idus de 2001. Cuando, en referencia directa a Yirigoyen, a De la Rúa lo embalurdaron – ver Tita Merello “Yo soy del treinta”-, el helicóptero, el disparador de Chacho Álvarez y su renuncia a la vicepresidencia, la voladura de la convertibilidad, la ruptura de la vida general de la República Argentina. Luego vino Duhalde elegido por el Congreso después de los cinco presidentes, el default anunciado por Adolfo Rodríguez Sáa y ovacionado por los legisladores. El que se vayan todos. La violencia. La muerte de Kosteki y Santillán en 2002 en el puente Avellaneda. Las muertes en las calles nunca aclaradas, las cargas de la policía montada, la furia, la horda, el miedo de que se irrumpiera en casas particulares y la mecha prendida de que en ellas había armas de prevención. Los saqueos.
Ya estamos en el aire del 2001 como para recordar y no repetirlo, suele decirse cada vez que se aluden a esos días. Claro, mejor no repetirlo. Hay semejanzas pero también muchas diferencias. Es así. Eso es la mirada neutral, más legítima que la difícil objetividad al ejercer estos oficios. Aunque cada uno tenga su manera de ver o de desear qué es conveniente, es mejor dejarla en manos de la verdad, dulce, ácida o amarga. Que quede como es, sin infiltración ideológica.
Irse.
Vamos a entender, pido, que aquí no va a desarrollarse un estudio global sobre las grandes y trágicas migraciones debidas a guerras constantes ni el tráfico de personas. Los cárteles mexicanos han sumado a sus negocios el tráfico de hombres, mujeres y niños, a los largo de los tres mil kilómetros con Estados Unidos. El detalle con lupa de esa poderosa maquinaria sangrienta incluye toda condición humana tan brutalmente que resulta difícil procesarlo.
Aquí, donde estamos y existe una emigración permanente, es también de ritmo lento y creciente. Uno no tiene la pretensión de construir una tesis al respecto. Está a la vista.
La huida de la educación, la deserción, la ayuda social con un poder interminable en recursos sin que nadie cambie. Es como si el plan fuera dejarlo estar para siempre. Las instituciones se sostienen pero con señales de temblor geológico. Quienes se marchan saben bien que el futuro es un chiste cruel. Los problemas en exposición insultante son los mismos desde hace décadas: carne, dólar, FMI, violencia en las calles -la inseguridad es uno de los motivos que encienden las ganas de ir a buscar la vida en otras parte-, la jubilaciones , la paranoia trabajada, el hurto de la felicidad mínima, los jueguitos para entretener a la gente, sonajeros contradictorios y cambiantes.
Lo saben. Sé –no me gustaría mencionarme, pero soy el tipo que tengo más a mano-, que no estoy fishing for compliments, pescando aprobación. Puedo resultar otra cosa, lo contrario. Son los hechos. Ya que estamos en cuestiones de pesca, saben que el mayor caladero de mundo está en la costa patagónica y está salvajemente arrasada por flotas de cientos de buques factorías chinos y rusos todos los días que levantan especies pequeñas. No habrán de frenarse. No hay manera ni voluntad ni recursos: seguirá hasta que ese mar de maravilla quede sin vida. Claro que lo saben también quienes parten.
Quedarse.
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— junichi_y Thu Feb 24 19:07:55 +0000 2011
Es la decisión de la mayoría, por supuesto. No digamos tonteras. Para millones de argentinos dejar el país donde se ha nacido, sus vínculos, sus sueños abollados pero sueños al fin, es impensable. Por supuesto. Solo que la gotera en el techo seguirá allí sin remedio, pegamentos, reparaciones o baldes distribuidos en número cada vez más grande.
Irse es una cuestión por reducción al realismo. ¿Cuántas vidas hay? Una. ¿Se conoce el guión de una vida? No, y no hay forma de reescribirlo. Hace pocas horas vi por televisión una buena nota sobre los regresos de fin de año para abrazar amigos y familiares. Ninguno de los entrevistados y regresados para las fiestas dijo que iba a quedarse otra vez en el país. Ninguno. El plazo, con pandemia, rondaba los dos años de separación desde la ida. Sin decirlo, lo encontraba peor que antes.
Son decisiones personales. Integran los ladrillos que van conformando la vida humana. Las buenas razones de quienes, jóvenes, ni de manera remota están en sus cabezas dejar el lugar donde se ha nacido desde hace generaciones o llegados anteayer. No es siquiera una idea lejanísima. Asunto personal, de convicciones, emocional, aún en un lugar que ofrece misiles expulsivos.
En lo que a atañe a este escriba sentado, no dejaré pasar que toda persona tiene derecho a emigrar si es su voluntad. No se habla de exilio ni destierro, pena que en la historia humana es la peor después de la muerte. El derecho a dejar, a irse. La libertad y el derecho sin que se considere traición a la Patria . Es la relación trascendente con la Patria, una palabra que conmueve pero puede emplearse con abuso.
Es lamentable acudir a las argumentaciones lacrimógenas que tirios y troyanos echan a vuelo: “¿Por qué? ¿Podés quedarte a pelearla desde adentro?”¡ Por favor! ¡Cargar sobre la delicada decisión más peso, más culpa! ¿A pelear qué? ¿Qué quiere decir desde adentro?
Se tiene una Patria, no para tener la idea de que es el mejor lugar de la tierra. Se tiene, se diría, en el corazón, es una llama discreta, interior. Pero hay patrias compartidas. Dónde se es o ha sido dichoso. Donde la aventura del amor se hizo presente. Donde se camina sin mirar hacia atrás. Tomar distancia, ver los viajes por medio de museos o catedrales sino de la gente es muy enriquecedor, nadie puede ponerlo en discusión. Tendría que ser una materia por medio de intercambios para toda clase social. Para ver, para saber.
Bueno, la Patria. Siempre se lleva en el corazón. Aunque la canción de Joan Manuel Serrat venga a calentar la sangre: “No me siento extranjero en ningún lugar/ Donde haya lumbre y vino tengo mi / hogar/Y para no olvidarme de lo que fui/Mi patria y mi guitarra las llevo en mí/Una es fuerte y es fiel/ la otra un papel”.
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