Ante la pandemia y sus secuelas, el cuidado mutuo | Profelandia

Desde hace dos años, todos los días le decimos a alguien o escuchamos a otros decir frases como éstas: “a seguirnos cuidando”, “no bajemos la guardia, te cuidas tú, nos cuidamos todos”, “cuídense”, “cuídate mucho”, “hoy más que nunca, debemos cuidarnos entre todos”, “hay que cuidarse a sí mismo”, “cuidarnos es tarea de todos”, “vamos a cuidarnos entre todos”.

Con la pandemia, usamos estas frases cuando nos despedimos de amigos y familiares, también cuando tratamos de reconfortar a alguien que se ha contagiado. El cuidado se volvió consigna, un lugar común sobre todo en las campañas gubernamentales. Los llamados a cuidarse y cuidarnos arrecian durante las llamadas olas de contagio, sin embargo, no parece tener el mismo sentido para quien se oponen al uso del cubrebocas en lugares públicos, o para quienes defienden su derecho a no vacunarse.

No cabe duda, el cuidado es cosa seria especialmente en estos tiempos y circunstancias, algo absolutamente necesario, cuestión de vida o muerte en muchos casos. Pero ¿qué entendemos por cuidado?, ¿qué significa y qué implica?, ¿a quién o qué es lo que hay que cuidar y cómo hay que hacerlo?, ¿quién y cuándo requiere de cuidados?, ¿quién cuida a quién?

Aclarando algunas cuestiones básicas

Desde el sentido común, cuidar se entiende como la atención de necesidades básicas de personas que son dependientes; tendemos a pensar que únicamente los menores de edad, las personas con alguna discapacidad o enfermedad crónica, o los adultos mayores, son los únicos que requieren de cuidados debido a que no pueden valerse por sí mismos.

Frente la pandemia que más de una vez se ha pretendido declarar finalizada, esta óptica sobre el cuidado resulta sumamente pobre, restrictiva e insuficiente para entender la crisis de cuidados que detonó el Covid-19. Precisamos de una perspectiva bastante más amplia, comenzando por reconocer algunas cuestiones fundamentales frecuentemente minimizadas o invisibilizadas.

En síntesis, y ésta es la óptica desde la que nos interesa tratar el tema, el cuidado es un problema político; cuidar es vital para el sostenimiento de la polis, es decir, de un territorio que nos es común, y por lo mismo, nunca está exento de conflictos. Si algo ha provocado la pandemia es precisamente eso: conflictos.

Aunque la publicidad oficial machaque todos los días frases hechas sobre el cuidado, pero es difícil, no nacemos sabiendo cuidar y no todos cuidan en la misma proporción en que reciben cuidados. Al cuidar se pone el cuerpo y los afectos, se destina tiempo, energía y esfuerzo, se involucran los afectos, por eso cansa, incluso agota. De ahí la importancia del cuidado mutuo, más aún en estos tiempos pandémicos.

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Lecciones sobre el cuidado mutuo

Primera. Gracias a las luchas feministas, la necesidad y el valor del cuidado están comenzando a ser reconocidos; también la pandemia ha hecho su parte, desnudando la vulnerabilidad de la vida, los cuerpos, las relaciones familiares y los vínculos de todo tipo. Frente a este escenario, el cuidado mutuo ha sido puesto de relieve como fundamental.

Segunda. Si lo que pretendemos es escapar de esa “nueva normalidad”, que no es otra cosa que la vieja normalidad, la misma que nos trajo hasta aquí, a una sociedad egoísta e indiferente al sufrimiento ajeno, en donde la elección racional permea nuestros pequeños y grandes actos, el cuidado mutuo surge como una posible salida a la autodestrucción en la que parecemos empeñados, comenzando por el capital y sus representantes.

Tercera. El cuidado mutuo es un trabajo que se traduce en acciones de apoyo concretas; es también una preocupación, compromiso y deseo de actuar junto con otros para un beneficio común. De ahí que nuestras acciones cotidianas han de estar dirigidas al cuidado y a su práctica constante, dejando en claro que no se limita a la atención de necesidades físicas o materiales, comprende la escucha activa y la conversación constante, entre otros rasgos. Hablar del presente y el pasado, también sobre temas conflictivos, en fin, mantener una conversación abierta con el otro sin retorcerse, correr o agredir porque no estamos de acuerdo.

Cuarta. Si reconocemos y sobre todo asumimos que todos nacemos y somos vulnerables, y por tanto, todos necesitamos ser cuidados, estaremos más cerca de escapar, huir de esa idea tan extendida de éxito y logro como resultado del esfuerzo individual, tan enemiga del común. Tampoco hay que irnos al extremo, la complacencia y el sacrificio individual no ayudan, es necesario el tacto político-afectivo para alimentar los vínculos, y en el camino irlos ajustando y redimensionando.

Quinta. ¡Pero ojo! No romanticemos el cuidado. Cuidar puede ser fastidioso, cansado y agotador por lo que representa para quien cuida: implica energía, esfuerzo y tiempo dedicado a los otros. Puede ser fastidioso también para quien recibe el cuidado, sobre todo cuando se siente vulnerable, inútil para valerse por sí mismo al grado de la desesperación. Durante la pandemia muchas personas se han sentido así, impotentes ante una realidad tan compleja como la que puso la pandemia frente a nosotros.

Sexta. Difícilmente podremos escapar y superar sentimientos como estos, que no son un problema individual de cada uno, por el contrario, es así como nos sentimos muchos, por eso la importancia del cuidado mutuo como un problema político. La educación socioemocional, la empatía y la resiliencia, son aspirinas para los males de nuestro tiempo, provocados por un sistema al que no le importamos. Por tanto, son remedios que no van a las causas del problema, únicamente buscan habilitarnos para seguir funcionando.

Séptima. La escucha activa, la conversación constante con quien se siente vulnerable, amenazado y desesperado, sensibiliza a los otros, ayuda a aprender a cuidar a quien cuida. Y en ese proceso, huir de la complacencia es fundamental.

Octava. Es verdad que el cuidado se ha convertido en un negocio, a menudo motivo de disputas entre integrantes de una familia. El cuidado mutuo se distancia del lucro, no busca la comercialización, al mismo tiempo combate la naturalización del trabajo de cuidados como exclusivo de las mujeres, así como la valoración peyorativa del cuidado asistencial y pagado. Lo mutuo implica hacerse cargo de la deuda de cuidados, compromiso, preocupación y atención de ida y vuelta.

Novena. El cuidado mutuo es un arte, se construye en la relación y práctica con los otros. De ahí que la línea que divide el acto de cuidar y el de educar, es imperceptible, sobre todo ante la necesidad de calidez, de estar juntos y compartir. Eso es precisamente lo que ha hecho la magisteria durante la pandemia, sostener la vida alimentando los vínculos con sus alumnos, pero al mismo tiempo, se nutre de su presencia, reacciones, expresiones de afecto, así sea de forma virtual. Porque digámoslo claro, si el sistema educativo sigue en pie y la escuela aún tiene sentido para niñas y jóvenes, es en buena medida gracias a eso.

Décima. Para ser compartido y cálido, es necesario desarrollar afectos, lazos de amistad, de atención y apoyo entre quienes se cuidan. Un gran obstáculo para lograrlo es que quien asume cuidan asistencialmente siente y se sabe superior al que lo hace. Esa posición es importante moverla en la conversación para que el afecto mueva al pensamiento y aún con las diferencias el cuidado mutuo se lleve.

En resumen, y siguiendo a Marina Garcés[1], cuidar es una forma de luchar contra los poderes que dañan la vida humana y no-humana, también un medio para crear otro mundo, más habitable. Ciertamente, la pandemia nos ha puesto frente al espejo de nuestra vulnerabilidad, ésa que nos caracteriza y de la que estamos hechos, aunque no lo reconozcamos porque no es bien vista en estos tiempos de individualismo enraizado. Pese a todo, la magisteria revoltosa ha demostrado que es capaz de sostener la vida aprovechando la gran potencia colectiva de invención y resolución práctica de problemas que nos son comunes.


[1] Garcés, M. (2018) Nueva ilustración radical. Barcelona, editorial Anagrama.


Publicado en Insurgencia Magisterial

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