Todos en algún punto de nuestra existencia hemos fantaseado con tener la vida de una figura célebre: los reflectores cegando nuestras pupilas en los eventos sociales más importantes, poseer bienes raíces majestuosos, vestir con los textiles más elegantes, que nuestras palabras sean tomadas como verdad absoluta sin mucho cuestionamiento y trascender de esta vida dejando un legado impreso en los libros de historia. Sin embargo, todo forma parte de una utopía rodeada de matices oscuros que dista mucho de lo que realmente ocurre detrás de las cortinas. Diana Frances Spencer no necesita carta de presentación, la Princesa de Gales fue una de las personalidades más “controvertidas” de la Corona británica y lo pongo entre comillas porque esa es la imagen que los medios internacionales se encargaron de atribuirle hasta el día de su trágica muerte. Spencer - 85%, dirigida por el cineasta chileno Pablo Larraín (Ema - 93%, Jackie - 88%), ofrece una ventana asfixiante a 3 días en la vida de Diana y, aunque gran parte de los acontecimientos están ficcionalizados, el acoso de la prensa y la presión familiar a la que estaba sometida se sienten abrumadoramente reales.
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Como la leyenda del inicio lo anuncia, Spencer es una “fábula de una tragedia real” y nos transporta al 24, 25 y 26 de diciembre en el año 1991, una de las últimas celebraciones navideñas de la Princesa en la casa de campo Sandringham, cuando su matrimonio con el príncipe Carlos atravesaba su punto de quiebre por rumores de infidelidad. La dirección de Larraín sabe exactamente qué quiere contar, evitando darle un tratamiento biográfico a su largometraje para concentrarse en un pasaje clave que nos permite comprender quién es Diana en ese momento sin necesidad de antecedentes. El cineasta consigue hacernos fraternizar con su relato y la situación personal, mediática y familiar de su musa porque su lente no la ve como otra cosa que no sea un ser humano en busca de su lugar en este caótico mundo. Es ahí donde la película encuentra el éxito: rompiendo con la imagen de mártir que otras producciones (entre ellas The Crown - 90%) no pudieron disolver.
Aunque la cinta tienes sus raíces en el drama, los mejores momentos se dan cuando navega entre el terror psicológico y el surrealismo. Un ejemplo de esto, sin revelar muchos detalles, es la primera cena con toda la familia real: un momento de tensión palpable donde las miradas juiciosas recaen sobre cada mínimo gesto de nuestra protagonista, marcando el comienzo de una serie de acciones sutiles que alimentarán el conflicto interno de Diana hasta romperla desde dentro. La atmósfera del metraje es tan asfixiante como el collar que el príncipe Carlos le obsequia a Diana y tan incómoda como los lineamientos arcaicos impuestos por el régimen, todo esto extrayendo más de lo implícito que de lo explícito, a final de cuentas la violencia sigue siendo violencia en cualquiera de sus formas.
La actuación de Kristen Stewart ha estado en boca de la crítica internacional desde su estreno anticipado en el Festival de Venecia y no es para menos, sin duda alguna es el mejor trabajo de su carrera hasta la fecha. Aquí vemos a Stewart más vulnerable que nunca, con los sentimientos a flor de piel para darle vida al lado más humano y elocuente de la Princesa Diana, pero también al más fragmentado, ese que exige todo de sus expresiones faciales, corporales y verbales para impactar como un balde de agua fría a la audiencia. Cada escena con ella a cuadro es un deleite, es capaz de llevarnos a todos los rincones emocionales de su personaje y cuando finalmente llega el momento de catarsis, nosotros respiramos el mismo aire fresco que ella. La participación de Sally Hawkins es breve pero memorable, nos brinda un lugar cálido que se agradece como remedio para la tensión incesante y Timothy Spall también está a la altura del juego, el actor logra borrar cualquier destello carismático de su persona para mantenerse siempre despreciable.
La fotografía de Claire Mathon recuerda por momentos a la de El Resplandor - 92% de Stanley Kubrick, es la combinación perfecta de ingenio con belleza, sus encuadres hacen justicia a la extensión monumental de la finca donde se desarrollan los eventos y cada toma en interiores es una perspectiva: por momentos nos hace seguir de espaldas a Diana como un voyeur más de su angustia, en ocasiones utiliza planos angulares en el rostro de Stewart para dar apertura a que sus gestos hablen por ella y en otros se mueve por destreza entre los amplios corredores y frías habitaciones para hacerlos sentir sofocantes. También hay un par de planos abiertos verdaderamente espectaculares, realzados todo el tiempo por una paleta de colores vívida.
La banda sonora de Spencer - 85%, compuesta por Jonny Greenwood de Radiohead, es lo suficientemente estridente para mantenernos inmersos en el relato, utilizando las percusiones y cuerdas de jazz para mover las fibras sensibles del espectador, logrando conmover y perturbar en la misma medida. No te das cuenta del poder que tiene su música hasta que te haces consciente de que llevas 5 minutos apretando con fuerza el borde de tu asiento. Otro apartado técnico que merece su mención honorífica es el vestuario: aquí es un recurso fundamental para que la trama progrese, acompañando con elegancia a Lady Di como un reflejo de su estado emocional o siendo la yuxtaposición de eso mismo. Es imposible abandonar la sala sin querer replicar alguno de los conjuntos que se exhiben en sus casi dos horas de duración.
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La cereza del pastel viene en forma de un ritmo a cocción lenta que está perfectamente justificado para que el espectador pueda contemplar toda la información que se le va presentando y pueda llegar al estado meditativo que el director tenía como objetivo. Incluso en los momentos más taciturnos, la película nunca pierde la fuerza progresiva que hace gala desde su prólogo.
Finalmente, Spencer - 85% es una experiencia psicológica de la cuál es imposible salir ileso. Sea vista por los aspectos técnicos, su destreza narrativa o como escaparate para una interpretación desgarradora de Stewart, el último largometraje de Pablo Larraín no queda a deber en ningún departamento. Gane un galardón o no en las ceremonias venideras, este clásico instantáneo prevalecerá en la memoria de la gente por ser una cálida ventana a la verdadera cara de la Princesa de Gales, una que nos da la oportunidad de verla volar como un ave fuera de su jaula de oro, incluso si solo es por un momento.
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