Es fácil pensar: “me lo quiere poner difícil hoy”, “tiene ganas de que me enfade”, “¿por qué se pone así cada vez? No lo entiendo…”. En definitiva, es muy fácil tomárselo personal. Pero ¿sabes qué? Que nunca es personal. Si les entendemos, todo es mucho más fácil.
Un domingo las calles de Barcelona estaban repletas de gente. En Sant Jordi hay tanto ambiente que vale la pena salir a pasear. Mi hijo se lo pasó en grande. Se paraba a ver las mesas con cuentos, hacía carreras con mamá, nos preguntaba sobre lo nuevo que veía, etc. Va a cumplir 3 años y hacer cosas solo es “lo más” ahora mismo.
Eran momentos de relax y disfrute en familia. Y era así casi todo el rato, menos cuando llegábamos a un semáforo. Entonces, el conflicto estaba servido:
-Hijo, dame la mano para cruzar.
-No, yo quiero ir solo.
-Sí, podrás ir solo cuando lleguemos a la otra acera. Para cruzar, dame la mano por favor.
-¡Que no! Yo quiero ir solo, ya soy mayor.
-Cruzar la calle solo todavía es peligroso y mamá no quiere que te hagas daño. Dame la mano y luego podrás volver a hacer carreras.
No quiere, llora, patalea y se enfada. ¿Te suenan estas situaciones? Imagino que sí…
¿Sabes cuántas veces le he repetido a mi hijo que para cruzar la calle me tiene que dar la mano? Exacto, ¡¡millones!!! Parece mentira que se lo tenga que volver a repetir y que se enfade cuando ya sabe lo que tiene que hacer, ¿verdad?
¿Para qué te cuento todo esto? Para hablar de límites. Para saber ponerlos con respeto. ¿Con respeto a qué? ¿O con respeto a quién?- quizás te preguntes. Con respeto a las necesidades de tu hijo y a las tuyas propias.
¿Y sabes qué? Que los niños también tienen necesidades, y no por ser pequeños sus necesidades son más pequeñas que las nuestras. Todas las necesidades son importantes y son dignas de ser escuchadas. Pero ¿cuántas veces las tenemos en cuenta? ¿Cuántas veces les decimos lo que queremos que hagan con el foco puesto únicamente en nosotros y en nuestra necesidad?
En la mayoría de ocasiones los límites o las normas se pueden co-crear con los hijos. Co-crear significa que ellos puedan expresar qué es importante para ellos y qué necesitan (para que se tenga en cuenta). Por ejemplo: yo como padre necesito que a las 21h esté en la cama. Siempre puedo preguntarle: “¿Qué necesitas tú para para cumplirlo?” ¡Esa es la mejor manera de que colaboren en casa!
Y también hay otras veces, como esta que te he contado, en las que “me tienes que dar la mano para cruzar la calle (y punto)” en las que no se puede co-crear, pero sí puedo escuchar la necesidad de mi hijo de ser autónomo. Y la puedo respetar, aunque decida que me tiene que dar la mano para cruzar. La respeto porque la veo y la escucho, y soy yo como madre quien decide qué hacer con eso. Y una vez más repito lo que decimos tantas y tantas veces en nuestros cursos: lo importante no es lo que hagas sino cómo lo hagas.
Yo puedo decidir cruzar la calle de la mano “harta de que me hijo repita la misma escena semáforo tras semáforo y enfadándome cada vez que lo hace”. O puedo cruzar la calle de la mano entendiendo que él necesita sentirse autónomo. El “desde dónde” es clave. Aunque el resultado sea el mismo, el desde dónde lo hago lo cambia todo. Porque es eso lo que va a tener un impacto en la relación con mi hijo.
La relación padre-hijo es jerárquica y son los padres los que deben marcar los límites, pero los límites son bi-direccionales. Es decir, no sólo hay que ver el límites como el “hasta dónde” puede llegar mi hijo, sino también “hasta dónde puedo llegar yo como padre”. Los límites son recíprocos ¿dónde está mi límite como padre? ¿en qué momento estoy pisando una necesidad de mi hijo? ¿en qué medida estoy invadiendo sus necesidades imponiendo las mías?
Cosas tan sutiles como darle de comer tú cuando él puede hacerlo es invadir su espacio y su autonomía. No seguir sus ritmos y sus tiempos (tan diferentes de los nuestros) también es invadir su espacio. Si decidimos hacerlo, de acuerdo, pero seamos conscientes de ello.
Los límites deben ser pocos, claros y respetuosos. Porque se trata de enseñar a los niños a RESPETAR (eso les servirá en la vida), NO A OBEDECER (esto solo les llevará a ser sumisos).Por ello, necesitan entenderlos. Y muchas veces tendremos que repetirla, porque la educación es repetición. Lo que nos da la fuerza y la autoridad moral como padres no es el autoritarismo, sino la constancia.
Así que la próxima vez que tu hijo no te haga caso, en vez de tomártelo como algo personal pregúntate ¿qué necesidad hay que no estoy viendo? ¿qué decido hacer con ella?